En ‘La sangre de las bestias’ (Le sang des bêtes, 1949) de Georges Franju, se describía con todos los truculentos detalles, la actividad rutinaria en varios mataderos de París. Imágenes crudas de la muerte de los animales y todo el sangriento proceso de despiece que allí se lleva a cabo. Sus imágenes eran casi mudas, ultrarrealistas, contrastando la bucólica vida en los barrios obreros de París con el proceso que sustentaba la alimentación de sus familias.
En una de esas imágenes mostraba a unas monjas comprando en una carnicería. Un simple gesto de montaje que evidencia la ceguera de toda una sociedad que ignora o quiere ignorar lo que hay detrás de una ración de carne animal. Su visionado es extremo, y aunque en su momento buscara otro tipo de metáforas más relacionadas con la posguerra, adquiere un significado eterno para quitar el visillo y ver con claridad los cimientos sobre los que se apoya una sociedad basada en el consumo.
Agotador carrusel de personajes insufribles
La carrera del cineasta Bong Joon-ho se está perfilando mediante el uso del fantástico como activismo ambiental y anticorporativista. El compromiso del Coreano le ha llevado a proponer sátiras contra la gestión de residuos y la mentira gubernamental como la monster movie ‘The Host’ (2006) o parábolas de la jerarquía de clases en un escenario post calentamiento global como la mucho más obvia ‘Rompenieves’ (Snowpiercer, 2013). Coincidiendo con su hibridación al cine estadounidense, Joon-ho ha ido acercando más sus aspiraciones ideológicas a su arte.
Lamentablemente, lejos de crear una fórmula sutil, de exposiciones audaces y reflexivas, su tendencia al histrionismo ha degenerado en una película tan cargada de buenas intenciones como torpe en el desarrollo de sus aspiraciones panfletarias. ‘Okja’ es un intento de crear una sátira exagerada que condene las maléficas dinámicas del capitalismo mediante la polarización arquetípica de sus antagonistas. Hay un ligero haz de triunfo en su cometido cuando expone el uso de las marcas, el branding, de las redes sociales y la falsa imagen de buen rollo de las grandes empresas.
Pero esa fase no dura mucho y pronto aparece su desfile de personajes histéricos e insoportables, caricaturas maniqueas del mal que no pierden ocasión de repetir y subrayar lo excéntricos, malvados, sexistas y psicópatas que son. Una y otra vez, las líneas de diálogo reinciden, exponen y dejan claras las posturas del director y su mensaje de forma rayana a lo insultante. La intención puede ser crear un dibujo animado, pero más que una obra del estudio Ghibli, parece que personajes como el de Jake Gyllenhaal han salido de ‘Chicho Terremoto’.
Activismo ecofriendly adulterado
Joon-ho amaga con mostrar ciertos apuntes de malicia en el grupo ecoterrorista liderado por Paul Dano, pero le seduce más la estampa de mostrarlos bajo las porras de las fuerzas del orden y como un, en el fondo, divertido grupo de inadaptados. El único personaje cabal, la niña protagonista, es lo que mantiene el conjunto, su amor por Okja es ocasionalmente emotivo, pero incluso en esa relación sentimentalista todo se percibe forzado y tosco. La eficiente planificación y encuadre del director es innegable, pero sus intenciones dan tumbos en una esquizofrénica ensalada tonal.
Planteada como una película cuasi infantil, los elementos para adultos se reducen a las palabrotas y a una descripción gráfica y gore del destino de los supercerdos, completamente fuera de tono y acorde con la falta de elegancia del resto de la obra. El culmen de estos momentos es la aparatosa escena de la violación de Okja, un momento horrible, sí, pero que eleva su nivel de incomodidad y absurdo cuando el grupo de activistas hacen constantes referencias literales a lo que estamos viendo y escuchando.
Aunque el momento es traumático, la presencia de la escena responde a una “humanización del animal” propia de cine para niños con una situación algo fuera de lugar. ¿Qué debemos esperar de dos criaturas como esta en libertad? ¿Qué fueran antes a cenar y a ver en el cine ‘Babe, el cerdito valiente’ (1995)? Esta es solo una grotesca muestra del reduccionismo pueril del mensaje de ‘Okja’, que intenta hacerse pasar por una distopía colorida y afilada que resulta mucho más facilona de lo que se cree.
Si Franju conseguía, a través de imágenes sin texto, la reflexión y la constricción del urbanita moderno en relación a su papel en la cadena jerárquica, Bong Joon-ho predica a los conversos sin contraponer diferentes realidades del mismo problema e idealizando su mensaje en un complaciente sermón de activismo algo hipócrita. Y es que resulta irónico que la propia producción de ‘Okja’, dirigida a una sociedad tecnócrata, no deja de ser un movimiento de branding de una megacorporación como Netflix no muy distinto a los que hace la empresa Mirando en la propia película.
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La noticia ‘Okja’ o infantilizar el discurso hasta lo irritante fue publicada originalmente en Espinof por Jorge Loser .
Javier Fernandez
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