En ‘American Psycho’ (2000) Mary Harron hacía una radiografía de los aspectos más decadentes de la cultura yuppie norteamericana que, no solo hacía justicia a la novela, sino que conectaba con el imaginario de la vacuidad de las clases altas que mueve toda la obra de Brett Easton Ellis. Pareja también a ‘La hoguera de las Vanidades’ (The Bonfire of Vanities, 1990) y mucha parte de la obra de Buñuel, ‘Las niñas bien’ se acerca al discurso de estas aplicado a una época concreta de la sociedad mexicana.
La directora Alejandra Márquez Abella busca retratar cosas parecidas. Una clase social enferma por mantener las apariencias y mantener hábitos y luchas de poder que suponen un desafío vacuo cuando lo tienes todo, planteando precisamente un escenario en el que tener y no tener es un equilibrio. Su relato es un dibujo melancólico del lento caer de una vida privilegiada, que va dejando apreciar de forma rotunda que la riqueza puede ser una experiencia, un estado temporal.
La vacuidad del lujo
‘Las niñas bien’ se centra en Sofía, una madre joven y esposa de un hombre de negocios, Fernando. La vida de familia con tres hijos sanos y encantadores no le satisface y se centra en comprar ropa y cremas, jugar al tenis en su club y asistir a lujosas fiestas y cenas. Su grupo de amistades es una piscina de pirañas, llena de críticas por la espalda, conversaciones vacías y fachada. Cuando el dinero va disminuyendo gradualmente, Sofía va notando en sus carnes que su posición social está desapareciendo.
Ambientada en el México de los años ochenta, ‘Las niñas bien’ es como una versión moderna de ‘The House of Mirth’, con la posición social de una mujer arrancada de cuajo. Los intentos iniciales de Sofía tratando de mantener las apariencias son pequeños detalles, grietas que dejan ver lo que está por venir van transformando la cinta en un casi angustioso relato de decadencia. Mientras, las labores comerciales de su esposo acaban en colapso debido a la dura crisis financiera del país. Mostrando que Fernando es poco más que un inútil con trabajo heredado.
Dentro de su microuniverso de apariencias y puñaladas, Sofía acaba enfrentada a una joven de su esfera social, Ana Paula, de una manera pasivo agresiva, mientras las clases altas de México sufren estragos que muchos no son capaces de asimilar. La producción hace creíble el mundo de esa burguesía rancia del Hola que apenas va cambiando con el paso de los años y se refleja con una puesta en escena precisa que no lleva de un evento social a otro. El centro de la existencia de Sofía y de otras “esposas de” de las que se ha hecho amiga.
Desmoronamiento de la clase alta
La naturaleza de las escenas de diálogos frívolos, de suntuosidad acartonada tiene algunos detalles Almodovarianos con los que Abella nos sumerge en el vacuo día a día del personaje central, ofreciendo una narrativa sin impulso que acaba funcionado como estado mental, más que como puntos de inflexión de la trama. La desgracia va colándose dentro de la vida de Sofía a base de simbolismos sencillos. Una polilla gigante y peluda dentro de la casa, los juegos de regresión infantil de su marido o la vuelta a las mismas pistas visuales.
Mucho más expresiva es la música utilizada para significar la crisis atrincherándose alrededor de Sofía. El sonido desacompasado de una percusión de palmas dan la pista cuando Sofía toma conciencia de su nueva situación y se le va cayendo la venda. El uso de una canción de Julio Iglesias funciona a tres niveles, puesto que el cantante español es la gran fantasía de Sofía, su única vía de escape, marca el ambiente cultural de su círculo y por otro lado la letra es irónicamente elocuente. Otro detalle en común con Patrick Bateman y su obsesión con Trump.
Una mirada feminista pero sin compasión
La atmósfera episódica se va volviendo cada vez más sofocante a medida que la obra avanza lentamente. Las formas son elegantes y tienen mucha potencia pero en última instancia, la gran conclusión no acaba de llegar en un tercer acto interesante pero falto de verdadera garra, o al menos la que pide la construcción cada vez más opresiva de la caída en desgracia. Sobre todo porque acaba diluyendo toda su carga satírica de la clase que retrata.
Sin embargo, el espacio de empatía con Sofía, permite una mirada desde un ángulo más contemporáneo a la desalentadora situación para esas esposas sin herramientas o medios de trabajo, atrapadas junto a sus maridos para lo bueno y para lo malo, mientras asisten a infidelidades que no pueden (o deben, si quiere mantener su status quo) denunciar. En el caso de Sofía, ser una mera observadora en lo que concierne a negocios, por su papel de vagina utilitaria para su marido, excluida de otras conversaciones y relegada a no poder hacer nada para evitar el colapso causado por la inutilidad de su pareja.
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La noticia 'Las niñas bien': retrato melancólico del lento caer de una vida privilegiada fue publicada originalmente en Espinof por Jorge Loser .
Javier Fernandez
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