En 1962 la MGM estrenó 'La conquista del oeste', rodada en Cinerama de tres paneles, y que necesitaba para proyectarse tres proyectores distintos al mismo tiempo. En un tiempo en que el western clásico tocaba a su fin, este ambicioso proyecto filmado por cuatro directores resultó un gran éxito, e hizo creer a muchos empresarios que el Cinerama podía competir con la televisión que no dejaba de robarles espectadores.
Stanley Kubrick se había obsesionado, durante los años 50, con los éxitos de la Sci-Fi que iban poco a poco madurando el género. Por supuesto que no le parecían nada del otro mundo, pero le convencieron de que podía hacerse algo importante, gracias a su capacidad fotográfica. Recién estrenada 'La conquista del oeste', Kubrick comenzó a hablar de un nuevo proyecto, que cuando comenzó a hacerse realidad, tituló temporalmente como 'La conquista del espacio'. Sistemático como siempre, comenzó a devorar todos los libros de Sci-Fi que encontraba, para encontrar historias. Alguien le recomendó hablar con Arthur C. Clarke.
Kubrick quería lograr un filme de ficción científica de proporciones colosales. Su ambición era contar las razones para creer en la inteligencia extraterrestre, y el impacto que semejante descubrimiento tendría en la Tierra. Y terminó fundiendo, en cierta manera, los argumentos de las novelas de Clarke 'Childhood’s End' (sobre el final de la evolución del hombre) y 'El centinela' (sobre un seismólogo que encuentra en la luna una estructura piramidal, que es una alarma que una vez activada avisará a los alienígenas para comunicarse con el hombre), y construyó una película que aún hoy está considerada una cumbre del cine.
Ahora bien, es una película con algunas particularidades que le impiden a uno comprender cómo puede gozar de tanta popularidad.
Un documental sobre Sci-Fi
Clarke y Kubrick vieron un documental en la Feria Mundial de Nueva York que les dejó impresionados. Era de la NASA, y se titulaba 'A la Luna y más allá' (¿a alguien le suena?). Otro documental que a Kubrick le obsesionó durante meses fue 'Universe'. El gélido director intentaría contratar, sin pensárselo dos veces, al equipo de aquel documental para rodar '2001'.
Poco después le dijo a Clarke que su verdadero interés era filmar un documental mitológico con inserciones dramáticas. Habría una voz en off, y expertos astrónomos y estudiosos de vida extraterrestre, que narrarían cómo los extraterrestres nos tutelan gracias a los monolitos.
Y realmente lo consiguió. Los elementos de la historia variaron un poco hasta el mismo momento del inicio del rodaje (29 de diciembre de 1965, y no se estrenaría hasta el 6 de abril de 1968), pero todos los posibles personajes, y todas las posibles tramas, se vieron reducidas a su mínima expresión. Sólo quedaron dos caracteres interesantes, el simio evolucionado Moonwatcher (interpretado por Daniel Richter) y el súper ordenador HAL 9000 (al que prestó su voz Douglas Rain).Kubrick dijo que era la primera película religiosa de 6 millones de dólares (al final costó 10,5). Pero deberíamos contradecir a su creador: es el primer documental del espacio (con brevísimas inserciones dramáticas) de 6 millones de dólares. Y creo que Kubrick lo sabía.
La pregunta es la siguiente, y es ineludible: ¿cómo un documental tan terriblemente aburrido, basado en suposiciones y especulaciones, con tal despliegue de autocomplacencia, es defendido como una de las mejores películas de todos los tiempos? Por experiencia propia, los documentales no son un género que despierte tantas pasiones, y los he visto mucho más apasionantes, más verdaderos que este. Sin embargo, espectadores que no soportan, por ejemplo, un plano secuencia de Andrei Tarkovski, están más que dispuestos a alabar varios minutos con Bowman dando vueltas (12) alrededor de la zona de la vivienda de la Discovery.
Mientras en Tarkovski, uno de los pocos grandes artistas que ha dado el cine, todo plano, por alargado que fuera, ofrecía la posibilidad al espectador de construir su propia relación con los personajes y el entorno, y entre ellos, la famosa secuencia (todo un alarde técnico, de los muchos que hay en una película asombrosa técnicamente) del astronauta es solamente un tipo corriendo circularmente sin descanso. Y nada más.
Sería interesante que algún gran admirador de esta obra explicase qué emoción, pensamiento, reflexión o conmoción le produce ese famoso plano. Nada que objetar a la primorosa dirección de fotografía, que evitaba ver las sombras del cámara en ese plano, y que otorgó una legendaria luz a ese decorado. Tanta luz que un día se incendió. Suerte que no había nadie dentro.
Muchos que no aguantan, por considerarlo una tomadura de pelo y un malgasto de dinero, que algunos directores exploren e investiguen nuevas formas visuales (lo que equivocadamente, se suele llamar experimentar), se quedan extasiados, fascinados, con los cinco minutos de lo que en los años 60 era motivo para que los hippies fueran al cine colocados. El viaje de Bowman (un inexpresivo Keir Dullea), obra del gran Douglas Trumbull, fue resultado del uso de la cámara Slit-Can, una impresora óptica, que fotografiaba un cilindro que se movía lentamente, decorado con dibujos pop-art y de arquitectura. En realidad, es recalcitrante que aquellos que no se interesan jamás por formas de expresión abstracta se sientan alucinados (en doble sentido), por estas imágenes que a día de hoy no impresionan, y que se hacen insoportablemente largas.
La película perfecta para Kubrick hubiera sido aquella que eliminase el factor humano. Tanto en el rodaje, como en la recepción de la obra. Su película podría ser más disfrutable por droides que habitaran la Tierra dentro de 1000 años, que por aquellos que, hoy día, claman al cielo por esas películas de autor que no saben, o no quieren, comprender del todo.
Aquí, el protagonista es HAL, y sólo HAL, y sus sentimientos de desesperación al saber que le van a borrar la memoria. Los astronautas, sin embargo, actúan como autómatas, casi sin vida, sin emociones, sobrios y serenos, aún cuando deben actuar contra una inteligencia artificial que ha asesinado a sus compañeros.
La fotografía es de una limpieza, una neutralidad sofocante. Se rodó a máxima apertura del diafragma, con objetivos de gran angular mayoritariamente. El color blanco fue uno de los protagonistas, con una luz suavísima, que aún hoy día es un prodigio de fotografía. Todo dispuesto para esa sensación de frialdad, lejanía, racionalidad que el director buscaba. Un filme hecho por un androide sin emociones, que lo observa todo como un ente superior, sin pasión y sin involucrarse, dejando constancia en todo momento de que tras la cámara se encuentra un genio inimitable. Y así parece cuando se ve: la obra cumbre de un ególatra convencido de que está más allá de cualquier apreciación.
Así mismo, la simetría de las líneas en la composición de los encuadres está buscada deliberadamente. Y a partir de esta película sería una obsesión en la mente del director. Como muchos otros elementos del filme. No en vano, la segunda parte de la carrera de Kubrick comienza con esta película, y las cinco películas que dirigió después de ella son, más o menos, una variación temática con la misma estructura, dividida en tres actos muy diferenciados, con protagonistas poco elaborados, más centrado el relato en la consecución de un mundo en el que Kubrick se sentía más cómodo. Pero en ninguno más cómodo que en el frío, aséptico, inhumano ambiente de '2001'.
2001 y Stanley Kubrick: entre el cine de autor y la obsesión por la taquilla
A su estreno en Nueva York, numerosos críticos expresaron una gran verdad, que su contenido intelectual no igualaba su pericia técnica. Pero con escasa publicidad, la película resultó un éxito moderado, que alargado durante varios meses en cartel (casi ninguna película lo logra hoy día) se convirtió en un éxito rotundo que dio alas a Kubrick para repetir, como hemos dicho, el mismo esquema en películas de criminales ('La naranja mecánica'), de época ('Barry Lyndon'), de terror ('El resplandor'), de guerra ('La chaqueta metálica') y el melodrama ('Eyes Wide Shut'), más o menos con una libertad total, aunque con grandes saltos en el tiempo.
Pero sin duda resulta muchísimo más interesante su filmografía anterior a esta película, con obra tan potentes e interesantes como 'Espartaco', 'Lolita' o 'Senderos de gloria', probablemente sus tres mejores películas de lejos.
Menos de diez años después se estrenaría la primera entrega de 'Star Wars' (1977), que a Kubrick no le parecería tan buena, ni de lejos, como su '2001'. Lo cierto es que la primera es fantasía, mientras que la segunda no lo es, pero Kubrick se sintió herido en su amor propio cuando aquélla arrasó en los cines de todo el mundo mientras su película, que también hizo dinero aunque bastante menos, era "simplemente" considerada una película de autor.
Muchos ignoran que sus motivos para hacer 'El resplandor' eran económicos, porque poco antes había rechazado dirigir 'El exorcista' (gran éxito de público, mucho más que la película protagonizada por Jack Nicholson). En realidad, creo que a Kubrick le adoran aquellos que reniegan del verdadero cine de autor, sin saber quizá que el mayor objetivo de Kubrick siempre fue un gran éxito económico.
Pero de todas formas ahí queda el primer tercio (sí, el de Moonwatcher, la charca y el esqueleto de tapir) como un logro visual impactante y, ciertamente, legendario. Aún hoy día se sostienen estos actores con disfraz de simio. Y el aura de una época arcaica que nos subyuga.
- '2001, una odisea del espacio' se puede ver en HBO Max, en Movistar+ y plataformas de alquiler como Rakuten, AppleTv+ o Prime Video.
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La noticia Es el gran clásico de la ciencia ficción pero también la cumbre de un estilo inhumano: '2001, una odisea del espacio' marcó un antes y un después en la obra de Stanley Kubrick fue publicada originalmente en Espinof por Adrián Massanet .
Javier Fernandez
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