Puede que una de las cosas más importantes que podemos hacer como consumidores y, lo que es aún más importante, como estudiosos de un medio como el cinematográfico, es no cerrarnos en banda y abrirnos a nuevas experiencias. Aparcar momentáneamente esas filias que, en ocasiones, nos impiden ver más allá para nutrirnos con propuestas en las que, a priori, no consideraríamos sumergirnos por voluntad propia.
Si he decidido arrancar este texto con esa reflexión es porque mis preferencias fílmicas están, como mínimo, en las antípodas de lo que ofrece en su innegablemente interesante obra un cineasta como Albert Serra, cuyo último trabajo, que ha visto la luz bajo el título de 'Pacifiction', ha levantado pasiones en la última edición de un Festival de Cannes que ya cayó rendido ante su 'Honor de cavalleria' en 2006.
Por suerte, cada vez me es más sencillo aparcar mis fobias y aprensiones, así he decidido acudir con toda la curiosidad del mundo a la masterclass que ha dado Serra en el marco de la 28 edición del Festival de Cine Independiente de Barcelona L'Alternativa. Una charla tremendamente interesante, didáctica y, en cierto modo, inspiradora, que no ha logrado despejar la gran incógnita: Si el autor al que vemos frente al micrófono es persona o personaje.
La realidad de la comedia
Si algo demostraron los 90 minutos que duró la ponencia es que Albert Serra es incontrolable. Lo que a priori iba a arrancar con una toma de contacto sobre el humor en su cine —y más concretamente en 'Pacifiction'— que derivaría en diferentes temas y preguntas, terminó convirtiéndose en un instructivo y, por momentos, hilarante tsunami verborreico a una sola voz sobre cuestiones tan variopintas como la hiperrealidad en el cine, la dirección de actores y el modus operandi de un artista que, por supuesto, divirtió a los asistentes con alguna que otra de sus perlas.
Para comenzar, Serra hizo hincapié en la importancia del humor en el cine y, más concretamente, en su obra, defendiendo que la comedia en el umbral de lo políticamente correcto y la burla —bien medida, eso sí— hacia los débiles y las "víctimas" —término que entrecomillo debido a su reticencia hacia él— aporta un toque inédito y, hasta cierto punto, misterioso. Además, ayuda a enriquecer la puesta en escena con un extra de complejidad y realismo.
Debido a su modo de trabajar, centrado en la improvisación, las tomas largas y una búsqueda casi obsesiva de la naturalidad, la comedia surge de forma espontánea y orgánica durante el rodaje incluso cuando no se busca; algo que favorece quitar hierro a lo que se está rodando y utilizar a miembros del equipo o cualquier recurso al alcance de la mano, por poco ortodoxo que pueda parecer.
En el set de Albert Serra sólo existe una ley: no se puede dejar de actuar, mirar a cámara ni dirigirse a cualquier persona fuera del espacio físico de la ficción. Puede hacerse cualquier cosa menos romper la ilusión de la ficción, y el microcosmos que se genera, sumado a las circunstancias ajenas al plano ficticio del propio rodaje, terminan haciendo surgir la comedia o favoreciendo su creación.
El cineasta, haciendo una transición hacia la dirección de actores, puso como ejemplo un caso concreto relacionado con Benoît Magimel, el actor protagonista de 'Pacifiction'. Según Serra, Magimel tiene un comportamiento un tanto peculiar, lo cual incluye la tendencia a llegar el último al set y unos horarios un tanto extraños y concisos para comer; algo que se aprovechó para dar forma de modo natural a uno de los pasajes del filme.
Durante una de las tomas, el hecho de que el intérprete no hubiese comido aún, alteró su comportamiento y aportó un extra de mala leche a su acting y cierta displicencia en el modo de comunicarse con los otros personajes. Así pues, algo intrínseco del actor dio el salto a la ficción generando un aura de comicidad y naturalidad gracias a la presión de Serra, que aprovechó las circunstancias para moldear la escena.
El secreto del pinganillo
Otra de las estrategias de Serra a la hora de dirigir actores en 'Pacifiction', además de llevar a su terreno la realidad, tuvo como protagonista un dispositivo inesperado: el "pinganillo". Gracias a él, y al hecho de que Magimel no conocía el contenido de la escena ni de su diálogo, el director pudo modificar la escena a voluntad en tiempo real, obligando al actor a construir la ficción sobre la marcha.
Con el pinganillo se pierde la anticipación. El intérprete no tiene tiempo de procesar el sentido de las líneas de diálogo que se bombardean directas a su cerebro, ganando naturalidad y realismo en sus reacciones; y es precisamente este factor espontáneo el que diferencia este tipo de dirección de actores de una "tradicional" en la que se dan instrucciones precisas para que el actor intente crear artificialmente una realidad.
A esto debemos sumar la preferencia de Serra de rodar simultáneamente con tres cámaras. Esta decisión, que a priori podría relacionarse con la simple y llana cobertura, también está vinculada a la dirección de actores. Según el realizador, que haya tres cámaras grabando al unísono ayuda a que el actor pierda toda conexión con ellas, evitando que actúe para ellas teniendo consciencia de la escala de plano y concentrando su expresividad en base a ello. Además, para Serra, cualquier otro modo de planificar, no tiene ningún sentido: "Un plano-contraplano, hasta un tonto sabe hacerlo".
De castings y voces únicas
Como no podría ser menos, los castings de Albert Serra tampoco son ortodoxos. En ellos, más allá de las pruebas de cámara, lecturas de escenas y juegos interpretativos habituales, el cineasta apuesta por conocer realmente a la persona que tiene delante y el lugar en el que va a rodar, y afirma que "la gente hablando de lo suyo siempre es más interesante". Así pues, mantiene conversaciones sobre los padres, las madres, los sitios por los que sale de noche... una serie de cuestiones aparentemente triviales que alguna vez han llegado a enfadar a algún que otro candidato.
Pero la última gran lección que recibimos poco tuvo que ver con el oficio del cine. Para terminar, Serra dejó claro que todo lo que se había explicado hasta el momento sólo le sirve a él, y que es prácticamente imposible que alguien pueda aprovecharse de sus técnicas y enseñanzas, simple y llanamente porque sólo hay un Albert Serra.
Esta sentencia, que pudo sonar como otra de sus pasadas de frenada, demostró encerrar bastante verdad cuando se ilustró con una anécdota sobre el inclasificable Bruce LaBruce en una de sus visitas al Festival de Locarno. Según explicó Serra, LaBruce decidió ir por su cuenta a dar una vuelta por la ciudad, sorprendiendo a un veterano de la organización del festival al terminar en un bar desconocido.
"El tío llegó a las dos y a las cuatro ya estaba en ese bar que nadie conocía ni sabía de su existencia en toda la organización. (...) ¿Quién puede hacer las películas de Bruce LaBruce? No sé si cero, pero tiende a cero. ¿De qué me sirven a mí las lecciones de Bruce LaBruce? Posiblemente, de poco".
Todos tenemos nuestra propia voz, y debemos usarla para moldear nuestra obra, sea en el medio de expresión artística que sea, de un modo único. Honestamente, no esperaba extraer esta muestra de inspiración de una masterclass de Albert Serra, pero creedme cuando os digo que ha quedado grabada a fuego en mi sorprendido cerebro.
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La noticia "El plano-contraplano hasta un tonto sabe hacerlo". He asistido a una masterclass de Albert Serra y esto es todo lo que he aprendido fue publicada originalmente en Espinof por Víctor López G. .
Javier Fernandez
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