Como aparecido de la nada, ‘Murder Death Koreatown’ (2020) ha salido en su propia web y ha ido ganado notoriedad boca a boca entre los aficionados al cine de terror y, más concretamente, los connoisseurs más fieles al formato de metraje encontrado que han llevado el nombre a la controversia en redes por su bajo presupuesto, su propuesta diferente y su inaudito punto de partida. Desde un crimen real en el barrio coreano de Los Ángeles, a película de terror anónima.
Ambos detalles tienen ya, de entrada, un componente ético cuestionable. La película parte del suceso real en el que una mujer de 26 años apuñaló hasta la muerte a su esposo de 31 en su casa de Koreatown, en Los Ángeles, el 30 de julio de 2017 a las 5 a.m. El hecho de que la película no esté firmada por un guionista, ni un director, ni se sepa bien su origen real, puede tener que ver con el hecho de que el film, de alguna manera, frivoliza con una tragedia relativamente reciente, aunque, en realidad, cualquier true crime hace lo mismo sin postularse como una fantasía.
Partiendo de esa base, explorar las posibilidades reales de utilizar algo real como punto de partida añade un filtro siniestro a todo lo que plantea ‘Murder Death Koreatown’, que no es sino el relato en primera persona de una investigación alternativa y doméstica de lo que parece un caso lleno de enigmas. La idea de que no incluya ningún título de crédito es, hoy por hoy, un recurso más del formato found footage, aunque casi nadie se atreva nunca a dar ese paso. Incluso ‘El proyecto de la bruja de Blair’ (The Blair Witch Project, 1999) apareció con la mayoría de los misterios a su alrededor esclarecidos.
El estado actual del subgénero del falso documental de terror
Durante la década de los 2010 el género del mockumentary y el found footage de horror han ido sufriendo una paulatina degradación que se deriva del uso de los mismos códigos y un lenguaje similar que se ha diversificado por nuevas tecnologías pero que tan solo trata de retroalimentar la narrativa con el uso del montaje, las texturas del vídeo y la espontaneidad de la puesta en escena improvisada. De alguna forma hay un contrato con el espectador en el que ya se dan por supuestas determinadas estructuras y dinámicas que tan solo se varían levemente entre cada nueva apuesta del género.
Por ejemplo, la reciente ‘Caminantes’ es un magnífico ejemplo de ese juego con el espectador. Se plantean unas reglas desde el principio. Uso de varios móviles, presencia de filtros y posibilidades creativas con drones o cambios de dispositivo. Hay una edición simultánea con el espectador, que entiende que lo que ve ha sido modificado para el entretenimiento, con una suspensión de la incredulidad que tan solo se apoya en su propia propuesta, no en la realidad de que pudiera haber sido un metraje real encontrado de verdad.
Por otra parte, la mayoría de los nuevos found footage juegan con la misma estructura y tienen situaciones intercambiables. Un ejemplo creativo de los últimos años como ‘Butterfly Kisses’ (2018) trata de estirar al límite, mediante un forzado y poco creíble juego meta con el propio género, la idea base de presentar una leyenda urbana sobre la que los personajes van a estudiar o investigar para irse dando de bruces con la realidad de ese mito explicado en texto. En general, la mayoría de mockumentaries y falso metraje encontrado se asimilan y replican unos a otros.
El agotamiento de la mimesis del formato
Hay una clase teórica (explicación, leyenda) y luego una práctica (revelación del mito y muertes). Del psiquiátrico abandonado real Gonjiam al paso de Dyatlov, la mayoría plantean fantasías y encuentros con seres paranormales en situaciones posibles, o un misterio que, salvo casos concretos como ‘The Taking of Deborah Logan’ (2014), deja pistas de los peligros que presentan y plantean una serie de escenas tipo. La discusión del grupo, la traición entre diferentes miembros o la progresiva decodificación de una realidad oculta. Todo está tan amarrado a un libro de reglas que tan solo se puede esperar una variación.
De hecho, en los últimos años, el terror de interfaz que propuso ‘Open Windows’ (2014) y ‘Eliminado' (Unfriended, 2014) ha ido generando clones que perfeccionan la propuesta, como ‘Searching’ (2018), que ahogaba su trepidante desarrollo en cursilería sentimental, y recientes burbujas sobrehinchadas como ‘Host’ (2020) que repiten paso a paso los vicios del primer plano web cam, articulando su terror con gritos que saturan la tarjeta de sonido y lloros frente a cámara, creando una rutinaria textura de píxeles y falso caos entre el que ubicar muertes, el equivalente del jumps scare más barato en el cine de terror comercial.
Es muy difícil innovar o sorprender en el género, y de alguna manera, ‘Murder Death Koreatown’ lo consigue, volviendo a los básicos que lo hicieron funcionar por primera vez, es una película amateur, casera y hecha con los medios mínimos, con mucho interés en construir un punto de vista que llama a los básicos del género, sin tender al embellecimiento artificial o forzado de los planos, con cámara temblorosa y un uso de los recursos basado en el ingenio y la fusión del sujeto con su ambiente. Es una narración exclusivamente en primera persona.
Lore y mimbres de creepypasta
El juego de realidad y ficción es un factor fundamental para el universo 'MDK', por ello, el background online de la película, si bien no es fundamental, ayuda a crear la mitología que existe alrededor del caso. De nuevo, la diferencia aquí es que no hay un pasado de ninguna leyenda de bruja, ni elaborada recopilación de avistamientos de slenderman con fotografías o gente que afirma haberlo visto. Sencillamente hay una página en la que se recopilan los posts en foros de un tal K Anon, una persona que dice haber recibido un paquete de un viejo amigo.
La publicación original de K del 8 de mayo de 2019 en un subforo de 4chan afirma que el paquete contenía un disco duro con más de 60 horas de metraje y una nota escrita a mano con instrucciones sin sentido. Tras tratar de ponerse en contacto con su amigo no encontró ni rastro de él, e imaginó que le enviaba el material para que lo editara. Entre las cosas que encontró había imágenes auténticas de la policía en la escena del crimen del asesinato, que los usuarios comprobaron con mapas de Google. La cara del policía con mascarilla es real.
En distintos posts, Anon va desgranando imágenes y pistas, fotos y mensajes en coreano, graffitis y un montón de material y clips que luego veremos en el film. Durante meses, estas actualizaciones tuvieron interacción y comentarios en el foro, con códigos y pruebas de que el material grabado era real. Hasta ese momento todo parecía el delirio de un loco con mucho tiempo libre colgando posts en internet con detalles inquietantes y misterio puro. Hay una construcción del enigma, con el formato básico de “persona desaparecida” pero no hay ningún relato de seres espectrales o invocaciones.
Una investigación en primera persona
Cuando aparece 'MDK' se resuelve el primer misterio, hasta cierto punto, ahora tenemos ese material rodado editado como una película de menos de hora y media, con música y un acabado profesional, sin ningún alarde ni efecto especial visible, pero con ritmo y un buen tratamiento del sonido. Sin embargo, no hay títulos de crédito más allá del título del documental, empieza directamente con una grabación de policías al lado del edificio donde vive el protagonista, del que no sabemos ni su nombre ni llegamos a verle la cara.
Lo que propone la experiencia completa es casi un juego interactivo de suspensión de la incredulidad en la que el anonimato y lo enigmático del proyecto acerca al espectador desde la curiosidad y el morbo. A diferencia de la gran parte de found footage reciente, que centra su experiencia en la integración y credibilidad de los VFX digitales con los que se puede maquillar una muerte frente a la pantalla del Skype, ‘MDK ‘ apenas tiene golpes de efecto. No trata de epatar y permite al espectador reaccionar y digerir lo que está viendo.
La investigación tiene lugar en primera persona y funciona como una serie de diarios de video que podrían ser el trabajo de clase de un adolescente, una colección de stories de un instagrammer o las investigación de un detective de medio pelo que nunca se graba a sí mismo, ofreciendo un punto de vista exclusivamente subjetivo, algo muy poco común en el subgénero. Esto hace que se apoye principalmente en soliloquios constantes del protagonista, que va reaccionando a todo lo que va encontrando limitando a esos momentos nuestra interacción.
Hiperrealismo cotidiano
Esto le da un carácter ultrarrealista bastante refrescante, si eres capaz de creerte al actor-director, muy fluido hasta tal punto cada frase que emite parece una improvisación que ha ido construyendo a base de unas ideas básicas y no sobre un guion. Lo mismo puede decirse de todos los personajes a los que va preguntando sobre el crimen. No solo parecen personas cogidas por la calle en ese momento, sino que en ocasiones parece que ha preguntado a gente que pasaba a su lado. Lo que tienen en común es que la mayoría parecen muy poco interesados en la investigación.
Hay una dispersión en sus respuestas que dan un carácter anodino y circunstancial a todo lo que va pasando, pero es esa sensación de casualidades la que construye un lenguaje diferente otros ejemplos del género, la fuerza del relato reside en la idea de que nada de lo que está sucediendo frente a la pantalla tiene una importancia vital. Por ello, es posible que a muchos se les haga aburrido y difícil, pero si logras entrar desde el primer minuto en la paradoja del crimen —hay manchas de sangre en lugares extraños, las posiciones de los implicados no tienen sentido— es una experiencia hipnótica.
‘MDK’ se atreve a ir tirando por tierra las investigaciones del protagonista hasta tal punto que parece una comedia negra sobre un perdedor —explica que está sin trabajo y que pierde el tiempo en esa investigación para tener algo que hacer como motivación— cuya investigación no se sostiene, nadie cree en él y tiene signos claros de una posible depresión. Cualquiera que haya estado en paro y con aspiraciones irreales, poco prácticas y caminando en la fina línea de la ingenuidad y la desesperación puede empatizar al momento con el protagonista.
Un protagonista repelente y flébil
A pesar de ello, no es un personaje con el que quisiéramos conocer realmente. Poco a poco, de una manera muy inteligente, el documental va mostrando sus cartas, dejando ver que no trata tanto sobre el misterio sino sobre el director. Las caras de sus entrevistados, las reacciones de su novia, el intercambio cada vez menos amable con transeúntes con los que se va encontrando, nos dejan ver que el poco avance en su investigación ha ido alterando su habilidad para interactuar. Tenemos algo casi único en el found footage: un narrador no fiable.
Su obsesión con el extraño asesinato en su vecindario le lleva a imaginar una conspiración local, cultos, mensajes desde más allá y toda una espiral de eventos tenuemente conectados, que resultan en una representación patética y hasta conmovedora de una mente frágil en plena caída. Los sentimientos de animadversión y lástima por el director van en aumento mientras, en segundo plano hay un retrato fascinante del ecosistema de la suburbia de Los Ángeles. Desde zarigüellas a callejones destartalados, sofás en medio de la calle y la presencia de la pobreza y la cotidianeidad melancólica de la clase obrera.
Como si se tratara de la hermana pequeña de la gran ‘Under the Silver Lake’ (2018), ‘MDK’ desparrama pistas e ideas sobre la ciudad de Los Ángeles, pero se cierra un vecindario por donde podemos pasar, caminar y volver sobre nuestros pasos, dándonos una idea turística que nos transporta allí por una hora y media. Conocemos a los personajes que aparecen y, como el film de David Robert Mitchell, encontramos que los mendigos tienen algo que ver con las conspiraciones, como si en realidad todos esos mitos y rumores formaran parte del día a día de un mismo hábitat con su propio argot.
Un L.A. Gothic de los suburbios
Si a ello sumamos la conexión de los sin techo con las historias de ‘Mulholland Drive’ (2001) y algún efecto propio de un divertimento experimental de David Lynch, se puede alcanzar a englobar estas películas en un L.A. Gothic que en ‘MDK’ toma tintes etéreos cuando la ciudad amanece con niebla, que llega a confundirse con el estado mental del protagonista. El punto de vista de la cámara se fusiona con el de la mente del investigador, hasta tal punto que se desliga de la realidad como si estuviéramos dentro de su cabeza.
En los momentos más brillantes de ‘MDK’, todo lo que graba la cámara parece sospechoso y extraño, un plano que capta a vagabundos con la cabeza extrañamente tapada, o rezando en medio de la calle por el rabillo del ojo, se convierten en una danza irreal al son de la conspiranoia, convirtiendo el comportamiento errático del protagonista el suceso más siniestro del film. Pero como ‘Under the Silver Lake’, todas las pistas y mensajes que encuentra parecen ser solo una expresión de su tragedia, del exceso de tiempo libre, pese a que al mismo tiempo nos transmitan inquietud.
Una grieta en la casa que tiene importancia más adelante, un mendigo que afirma ser otra persona —un actor brillante con unas líneas balbuceantes con la lógica que esperarías de un borracho de la calle—, predicadores que parecen esconder algo, plumas y manchas de sangre, graffitis del mismo color que la siniestra luz morada de una ventana del barrio en la noche, un garaje candado que esconde algo, desapariciones relacionadas, helicópteros pasando por el cielo, mensajes en coreano escritos en lugares improbables…
Lo inexplicable y el armazón narrativo de un film lovecraftiano puro
Todos los elementos pueden tener que ver o no con el misterio, lo que hace que la mitología de ‘MDK’ solo se acaricie con la mano, no hay una exposición completa sino que todo el film es un misterio en sí mismo que invita a revisitarlo y tratar de completar huecos que no hay manera de encontrar. La ambigüedad es tal que su conclusión solo soluciona parte del enigma relacionado con el personaje central, pero deja aún más preguntas que invitan al debate. Al final el “qué” importa menos que el “cómo” y lo que consigue es ofrecer una mirada a lo inexplicable.
Como afirma el escritor Jesús Palacios en su libro sobre found footage ¡Sigue Grabando! (2015), los mejores falsos documentales son los que nos acercan a la verosimilitud de los terrores de H.P. Lovecraft porque usan técnicas muy similares:
“una mezcla equilibrada de recursos documentales –verdaderos y falsos–, los recursos literarios –el narrador en primera persona y los narradores interpuestos– y el recurso fundamental al escamoteo. A la mirada oblicua. Al parpadeo. A lo que no puede ser visto ni descrito pero sí atisbado, intuido, reflejado borrosamente. La técnica de Lovecraft triunfa y abre la puerta al terror hiperrealista poscinematográfico porque sabe que no se puede saber. Que no se debe saber”.
Si el crítico se refería bajo esta hipótesis que ‘El proyecto de la bruja de Blair’ es “quizás, la más fiel adaptación de Lovecraft llevada a la pantalla”, entonces ‘MDK’ es su más digna sucesora, al menos, como plasmación de la técnica, que no necesariamente los temas, del escritor de Providence. No solo por la forma de desplegar el encajonado del relato —recordemos que es un vídeo editado por un amigo, sobre otro amigo del que sabemos por foros de internet— en primera persona, sino por su atención al microcosmos que le rodea más que al efectismo.
El descenso a la locura de un protagonista invisible
Lo inédito en ‘MDK’ es que su punto de vista deja espacio para una reflexión sobre el propio narrador, algo que quizá solo se ha tocado de una forma similar en ‘The Last Broadcast’ (1998), un pionero previo a Blair, pero siempre está al otro lado del objetivo, a diferencia de la mayoría de otros ejemplos, donde el narrador siempre acababa en frente de la cámara, convirtiéndose en un sujeto en tercera persona sobre el que vemos, como en el caso de ‘The Conspiracy’ (2012) o ‘The Lost Footage of Leah Sullivan’ (2018), cómo su investigación se cierne sobre él, con la sospecha del espectador siempre un paso por delante del protagonista.
La caída en la locura, un factor determinante en la narrativa lovecraftiana se alinea con toda la cosmogonía formada por la cercanía de los sucesos —ya que parten de una realidad retroalimentada por reacciones reales en foros— y la ambientación urbana —cuyos secretos son más temibles que los que pueda tener lo ancestral, en los lejanos bosques del medio rural—, a la que llegamos por vía directa, un vecindario con su propia arquitectura, de callejones y pasajes, de pavimentos desconchados, de vallas de acabado descuidado y habitantes que obviamente sufren un abandono institucional considerable.
Lo que impacta de todo, en realidad, es cómo se habla y se considera el asesinato en la casa de al lado, cómo se ignora, cómo se sigue adelante con la vida. Algo que puede comprobarse en el devastador ‘Tales of the Grim Sleeper’ (2014), un documental real que encadena entrevistas de una forma no muy diferente a ‘MDK’, en el que se trata de explicar por qué un asesino de prostitutas de barrios de Los Ángeles muy muy parecidos, campa a sus anchas y nunca hubo demasiada acción por parte de las autoridades para encontrarle.
El falso documental de culto del año
Los directores o creadores de ‘MDK’ son muy conscientes de esta circunstancia y reflejan esa desatención terrorífica que da un cariz gótico al escenario que también inquieta. Como indica Palacios en referencia a la técnica literaria de Lovecraft:
“una ficción en clave de falso documento es, al tiempo y a la vez que historia fantástica, un retrato verosímil a fuer de simbólico de una realidad psicológica e incluso fenomenológica profunda (el horror cósmico) que deja lugar al disfrute cómplice de un universo familiar”.
Por todo ello quizá, ‘MDK’ es mucho más interesante como expresión literaria en movimiento que como film de terror –su falta de medios echará a muchísima gente para atrás– pero debe ser reconocido como muestra de verdadero poder de underground y del film do it yourself a partir de una idea. Hay un mimo hacia su ecosistema y una sutilidad en la forma de presentar, esconder y dejar ver sólo lo que le interesa que lleva a algo exclusivo de estas producciones que no deben nada a nadie, un bien casi perdido en el cine de terror de este formato: la sugerencia, el parpadeo del que hablaba Palacios.
Pese a que algunos no encontrarán la paciencia para asimilar la particular gramática del film, otros encontrarán su desarrollo tedioso, las posibilidades interactivas que ofrece y el absorbente tapiz de conspiranoia que se inventa de la nada son, como poco, fascinantes. ‘Murder Death Koreatown’ apenas tiene un susto, no busca el terror a toda costa sino que se esconde lentamente en los recodos del cerebro sin abandonarte días después. No lo verás en las listas de lo mejor del año ni podrás seguir la carrera de su director, pero, como los verdaderos films de culto, seguirá dando que hablar en los círculos de aficionados más recónditos durante muchos años.
Además de su propia página web puede alquilarse o comprarse con subtítulos en Vimeo on demand
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La noticia ‘Murder Death Koreatown’: el found footage anónimo basado en un crimen real que opta a film de terror de culto del año fue publicada originalmente en Espinof por Jorge Loser .
Javier Fernandez
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