Kenneth Branagh va cambiando de género juguetonamente tras incursiones en un cine comercial en el que no han cuajado demasiado bien sus raíces clásicas (su 'Thor' no terminaba de encontrar un tono consistente entre lo superheroico y lo shakesperiano). Pero en este proceso de conversión en director de alto presupuesto y temáticas dispares ha demostrado, eso es innegable, una pericia y capacidad de adaptación muy notables.
Es cierto que el Branagh enfebrecido de 'Morir todavía' (quizás su obra maestra incomprendida, un choque entre Shakespeare y Hithcock del que, 25 años después no nos hemos recuperado), el semidiós de la estética recargada de 'Hamlet' o el genio diabólicamente calculador de 'La huella' (un remake muy inteligente y muy ninguneado en su día) ya no brilla con tanta fuerza. Pero hasta en películas que huelen a encargo como 'Cenicienta' o 'Jack Ryan: Operación Sombra' queda algo del brío visual de sus mejores tiempos.
Con 'Asesinato en el Orient Express', Branagh parece haberse planteado este amable guiño al cine clásico (clásico pero no rancio: ha sido número 1 en España con 2.2 millones de euros recaudados en su fin de semana de estreno) con su efectividad habitual, cuidando las formas hasta el extremo, pero sin excentricidades que espanten al espectador medio. Con un plantel de actores que solo se pueden permitir unos pocos directores con una posición en la industria tan envidiable como la suya. Y como guinda, él mismo como maestro de ceremonias.
El resultado es una adaptación del clásico de 1934 de Agatha Christie a la vez respetuoso y juguetón con la fuente. No puede decirse que sea innovador porque en todo sigue estrictamente la letra del original: de la ambientación a la resolución, pasando por la época o los personajes. Pero sí que se permite ciertos desvíos del canon que, aunque no van a hacer que ningún purista se sienta agraviado, sí que aportan algo de frescura a una obra adaptada en innumerables ocasiones.
'Asesinato en el Orient Express': cambios mínimos, pero sustanciales
La primera de esas mutaciones es el propio papel de Hercule Poirot. Tanto en la novela original como en la famosa adaptación de 1974 dirigida por Sydney lumet y con Albert Finney como maestro detective, el investigador era el puente para contar diversas historias que culminaran en un crimen que afectaba a todos los presentes. En esta ocasión, Branagh no solo se reserva ese papel, sino que lo convierte en indiscutible protagonista.
Lo hace desde el prólogo en Jerusalén, donde moderniza al personaje con humor indiscutiblemente contemporáneo en un mini-caso que bebe de las encarnaciones previas del personaje, sí, pero también de dos Sherlock Holmes actuales y popularísimos. El de Robert Downey Jr., del que coge parte de su arrogancia y su demoledora superioridad intelectual; y el de Benedict Cumberbatch, del que agarra sus excéntricas manías: si el de la BBC planteaba una versión caricaturizada del Síndrome de Asperger, este Poirot tiene tics obsesivo-compulsivos.
Poirot acapara aquí toda la atención, y lo hace desde el humor (esa funda bigotuda) y la inyección de sus propios traumas a superar. Este Poirot ya no está aquí solo para ser un mero testigo de pasiones ajenas que al final, ya de paso, nos dice quién es el asesino, sino una entidad con su propio arco dramático. El objetivo está claro: crear franquicia y revitalizar al personaje, algo que con una ya anunciada 'Muerte en el Nilo' parece garantizado.
El segundo y más importante es algo más complicado de entender sin haber visto la película (o incurrir en spoilers salvajes: aquí a veces se nos escapan detalles sobre las tramas, pero hasta el punto de decir quién es el asesino en una película de Agatha Christie no llegamos). Baste decir que, desde la adaptación de Lumet al propio original de Christie, 'Orient Express' no es un whodunit al uso. A menudo se ha entendido como una reflexión sobre el género, y desde luego como un punto y aparte en el mismo.
Branagh toma la opción quizás más complicada (habida cuenta del humor desmitificador con el que contempla al propio Poirot) y acude al complicado final de la historia sin titubeos ni sarcasmo: acentúa el componente de tragedia (demonios, estamos intentando resolver un crimen) y cede graciosamente su puesto nuclear al personaje más apasionante y a uno de los intérpretes más extraordinarios del reparto para solucionar el caso.
En esta conclusión, que abraza la solemnidad sorteando la autoparodia (¡esa composición de Última Cena que hacía décadas que no se usaba si no era para hacer un chiste!), Branagh muestra sus cartas y demuestra por qué sigue siendo un autor respetado y todoterreno: es capaz de agarrar una novela de los años treinta, versioneada decenas de veces, y volver a tomársela en serio. Hace falta una fe en el material muy notable, y el director la demuestra.
Y para ello, la envuelve en su clásica suntuosidad visual, aquí con una cámara que parece incapaz de verse encerrada en los estrechos compartimentos del Orient Exprress: planos imposibles sobrevolando techos y atravesando paredes, travellings exteriores, cenitales, exquisitos flashbacks... y un plantel de actores que van desde lo comedido y adecuado a lo sencillamente único -como Michelle Pfeiffer, en uno de sus mejores interpretaciones en años-.
Branagh no ha revolucionado las adaptaciones de Agatha Christie (ni parece que lo vaya a hacer a corto plazo: de todas las opciones posibles para continuar ordeñando la vaca, 'Muerte en el Nilo' es quizás la más conservadora), pero sí que ha revitalizado una propuesta que, sin el buen gusto del director, apestaría a alcanfor. ¿Es posible un Poirot mejor, más agudo, más renovador? Por supuesto que sí. ¿Es este un Poirot al que valdrá la pena seguir muy atentamente? Que nos aspen si no.
Otra crítica en Espinos | 'Asesinato en el Orient Express': todo el espíritu del clásico remodelado para las nuevas generaciones
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La noticia 'Asesinato en el Orient Express' combina con gusto fidelidad e innovación en un thriller cómodo y sin complicaciones fue publicada originalmente en Espinof por John Tones .
Javier Fernandez
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