lunes, 4 de septiembre de 2017

Francisco Javier Fernandez - El último episodio de ‘Twin Peaks’ es un desvío por carreteras perdidas y pesadillas sin final

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A estas alturas, es difícil esperar que las reglas que rigen el universo de ‘Twin Peaks’ tengan una explicación racional, sencilla y comprensible. Las especulaciones capítulo a capítulo, las discusiones y debates vuelven a resultar estériles ante un ejercicio de coherencia de un autor que tiene muy claras cuáles son sus prioridades. La nueva temporada ha sido una reapropiación en toda regla de una ficción que parecía flotar en una parcela aparte de la filmografía de David Lynch.

En muchas de sus películas hay elementos en común que enlazan todos sus relatos como revelaciones de que el manto del sueño americano, la estampa creada y reflejada por la estética y maneras de los cincuenta, está pervertida por el mal más profundo e insondable. En muchas de ellas, el camino hacia esa oscuridad está representado por una carretera de líneas amarillas que referencian al mago de Oz. El camino entre dos dimensiones, la de Kansas, en blanco y negro y la del colorido mundo de Oz, en el que puedes convertirte en un héroe.

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Sigue el camino de baldosas amarillas

A menudo, los dobles del universo de Lynch, tanto en ‘Carretera Perdida’ (Lost Highway, 1997) como en ‘Mudholland Drive’ (2001), son representaciones de una fantasía que trata de esconder un acto horrible, son complejas proyecciones psicológicas que evocan, mediante un juego de espejos de imágenes simbólicas, una realidad alternativa. En ambas películas el símbolo de esa conexión es a menudo una autopista con las líneas de separación de carriles de color amarillo.

En el capítulo 18 de esta temporada, el verdadero protagonista de la serie, el agente Cooper, viaja por una carretera de esas características. Lo hizo primero su doppleganger, en los primeros capítulos, y lo hace también el verdadero en el final. El tiempo y el espacio parecen haberse roto y la desorientación del espectador es máxima, pero lo que queda claro es que la nueva serie entra de lleno en el terreno de las obsesiones del último cine de David Lynch, sus dobles y sus personajes especulares en distintas dimensiones.

Por eso toda la experiencia vivida en estos dieciocho capítulos pueden ser canon, o pueden ser una representación, como la que viven algunos de los habitantes de todas sus películas. No hay un asidero en el que apoyarse mientras nos entregamos al juego de conexiones, imágenes y símbolos que toman un sentido intuitivo pero nunca explicado. Fotogramas que vuelven a detalles de ‘Fuego camina conmigo’ (Fire Walk With Me, 1992) y la integran en este nuevo tablero de identidades alteradas, sueños, y personajes que han ido desfilando abriendo tramas.

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Las últimas dos horas clausuran alguna, no todas, de esas líneas abiertas, pero no solo no cierra un buen puñado de ellas, sino que desafía todo lo que hemos visto rompiendo una brecha en la realidad, estableciendo un nuevo juego en el que Cooper, de nuevo, puede intentar por enésima vez convertirse el héroe que todos esperamos. Al final, el destino del agente es el nuestro porque entregamos en el personaje todas nuestras esperanzas, nuestro anhelo de una recompensa que el también espera, que está convencido de que llegará.

Autopista Perdida

Lynch ofrece un clímax de tebeo, elevando al absurdo las convenciones de la lucha del bien sobre el mal con elementos superheróicos como un guante mágico de superfuerza y un villano de película de ciencia ficción para encadenar una serie de sensaciones de confort en las que tanto el protagonista como los aficionados pueden encontrar el final que esperaban. Organiza esa viñeta sobre un plano exagerado y complaciente que contrasta con esa segunda hora que regresan la oscuridad y los viejos fantasmas de un Cooper atrapado en el loop de su propia misión imposible.

Durante una hora nos preguntamos qué estamos viendo realmente y confiamos que todo tenga una conclusión satisfactoria, pero conforme pasan los minutos, interminables, detenidos en todo aquello que no nos interesa ver hasta lo enervante, comprendemos que de nuevo Lynch nos ha atrapado. Lo que queremos ver, no va a tener lugar. Como lo hizo aquella vez, en el final de la segunda temporada. Si este regreso nos devolvió a Cooper, tras el final más aterrador, trágico y amargo que pudiéramos haber imaginado, su conclusión es poco menos que una vuelta al punto de partida.

El epílogo nos vuelve a recolocar en una posición en la que ya hemos estado, que ya hemos vivido. Solo que esta vez se abren nuevas preguntas, un misterio tan grande que ni todas las explicaciones a la mitología de la serie que hemos presenciado sirven como pistas. Un camino que no lleva a donde queríamos, en su lugar, un grito que nos vuelve a helar la sangre. Un desvío por el camino eterno, y sin final, por una carretera de líneas amarillas.

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