José Abreu Felippe - El Nuevo Herald
En estos tiempos donde el ideal de la elegancia y la belleza física femenina lo dictan, además de ciertas artistas famosas, las llamadas supermodelos, esa especie de esqueletos con piel –algunas hasta se hacen sacar un par de costillas para reducir la cintura aún más–, de mirada altiva, rostro malhumorado y que caminan cruzando los pies, todavía hay hombres que sueñan con las curvas y adoran sin reservas las masas corporales. No les interesa para nada lidiar con la anorexia y la bulimia, ellos adoran a Botero; y a Rubens –aunque no hayan oído hablar de él–, la ampulosidad de los contornos y la exuberancia de las formas en esas mujeres espléndidas que pintaba. En especial Aglaya, Talía y Eufrósine, las hermosísimas hijas de Zeus, que inmortalizó en ese cuadro que llamó Las Tres Gracias, y que hoy se conserva en el Museo del Prado.
Uno de esos hombres de gusto exigente es Phillipe Duprés (Alejandro Gil), un francés aplatanado que, desde su balcón, no hace más que observar con sus prismáticos a las vecinas de enfrente, un par de damas envuelticas en carne como se dice: Nenita (Julie De Grandy) y Lola (Alicita Lora) que lo tienen obsesionado y al borde de la locura. Lola y Nenita viven juntas en ese apartamento que acaban de alquilar para ahorrar un poco y porque les gusta. A Lola la dejó el marido por “una flacundenga” y no acaba de aceptarlo. Cecilia (Ivette Kellems) es la casera, que más que casera es también amiga de Lola y no se queda muy atrás en lo de acumular libras.
Francisco Javier Fernandez
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