Entre 1994 y 2000 los hermanos Peter y Bobby Farrelly dirigieron cuatro de las comedias más divertidas, irreverentes y necesarias de la historia de la humanidad. Entre 'Dos tontos muy tontos' a 'Yo, yo mismo e Irene' pasaron seis años, pero la comedia cambió para siempre. Después, una carrera llena de altibajos y unas películas mucho más estáticas que de costumbre. Para rematar la faena, tres premios Óscar a 'Green Book'. Se acabaron las risas.
Huyendo de la diversión
Tras veinte años al servicio de la risa junto a su amigo y socio Will Ferrell, el cineasta Adam McKay aparcó la comedia para lanzarse al cine "de verdad", que diría Andrés Trasado en Twitter. Lo ha hecho, de momento, con dos películas tan ambiciosas y potentes como empalagosas. 'La gran apuesta' y 'El vicio del poder' eran películas con pretensiones artísticas, comerciales y premiables. Dejar de lado la vena más silvestre de sus ideas para asentarse en obras capaces de epatar con más gente, con más público. Con más premios.
'Green Book', que se llevó las estatuillas doradas a mejor película, guión y actor secundario, está situada en el puesto 126 de las películas más valoradas de IMDb, algo realmente llamativo, sobre todo cuando uno mira la película anterior del director y se encuentra con la tardía secuela de 'Dos tontos muy tontos'. La película era un funeral para la comedia, y no lo digo porque fuera un trabajo deplorable.
Supongo que la muerte siempre está ahí. O sea, no es que pasemos el día pensando en el fatídico momento en el que nos toque a nosotros, pero creo que tenemos ese "detallito" marcado en nuestro cerebro, y no va a desactivarse jamás. Creo que una parte de la culpa de disfrutar con ella es la misma que tiene 'Amor en conserva', por ejemplo: no necesitamos que nos lo recuerden. No necesitamos saber que nuestros héroes van a morir. Nosotros vamos a morir y no pasa nada, pero ellos no deberían morir jamás.
Los dos últimos trabajos de los hermanos antes del canto de cisne de Lloyd y Harry fueron 'Carta blanca' y 'Los tres chiflados', dos películas con buenas intenciones y resultados muy dispares. La primera, protagonizada por Owen Wilson y Jason Sudeikis, vivía de momentos sueltos, salpicaduras a lo largo de la película. Con el paso de los años es más recordado su acercamiento a la leyenda de los tres cómicos con su marciano formato meta. Me atrevo a decir que los últimos trabajos finos de los hermanos están en 'Matrimonio compulsivo', divertidísimo vehículo para el lucimiento de Stiller y su aportación a la incomprendida 'Movie 43'. Luego el silencio y luego, el prestigio.
Aún está candente el temita 'Joker'. La película de Todd Phillips, director de 'Starsky & Hutch', la trilogía de 'Resacón en Las Vegas' o 'Aquellas juergas universitarias', fue su respuesta creativa a la imposibilidad de rodar una comedia del estilo que venía manejando hasta entonces: "Intenta ser divertido hoy en día con esta cultura de la conciencia. Todos los tíos jodidamente divertidos están en plan: 'A la mierda, no quiero ofenderos'. Es difícil discutir con 30 millones de personas en Twitter. Simplemente no puedes hacerlo, ¿verdad?".
Es muy complicado moverse entre el prestigio y la diversión. Por mucho que se critique a alguien como Taika Waititi, que puede ser tan genial como irritante, lo que él hace no está al alcance de todo el mundo. Eso sí, nunca podrá recuperar el sentimiento de pureza su prodigiosa 'Eagle Vs Shark', la película con la que mejor supo mostrar sus intenciones.
Es tan difícil que solo hay que mirar uno de los movimientos más inesperados y extraños de los últimos años: Jordan Peele. Auténtico genio de la comedia junto a su inseparable Keegan-Michael Key, decidió dar un volantazo a su carrera con la grandiosa 'Déjame salir'. La maniobra fue redonda. Peele hizo el más difícil todavía por partida doble. Consiguió aunar comedia y horror como solo los más grandes pudieron hacer. Sam Raimi, John Landis, Joe Dante. Pocos son capaces de lograrlo. Y encima se llevó un Óscar. Lástima que con 'Nosotros' o sus acercamientos a la producción catódica se intuya una desesperación por huir de la comedia a cualquier precio por muy bien que esté 'Hunters'.
También es cierto que casi mejor probar nuevas inquietudes que desperdiciar el talento. Para eso tenemos a Paul Feig, que tras su brutal (y merecido) éxito con 'La boda de mi mejor amiga' ('Bridesmaids') no ha estado a la altura a pesar de la simpatía que puedan despertar algunos de sus trabajos posteriores.
¿Tenemos un problema con la comedia? No lo creo, solo es cuestión de buscar un poco más y no confiar demasiado en el ruido de bombos y platillos. Judd Apatow ha recuperado su mojo con 'El rey del barrio' tras un descarrilamiento gradual e inevitable fuera de su faceta como productor. Ahí sigue teniendo un ojo infalible, como demuestran sus colaboraciones con The Lonely Island o en la mencionada película al servicio de Pete Davidson.
Es cierto que la comedia está viviendo una serie de limitaciones culturales, pero también lo es que hay que saber encontrar esos vacíos con los que continuar provocando carcajadas. Ahora mismo las necesitamos más que nunca. Alejarse del humor a estas alturas resulta incomprensible, pero siempre nos quedarán rebeldes dispuestos a manipular las distancias y los límites. Aunque tenga que ser en pequeñas apuestas televisivas sin la presión de los estudios. O tal vez solamente tengamos que esperar a que todo reviente y volver a empezar.
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La noticia El fin de la comedia: cuando los cineastas abandonan el género en busca de reconocimiento fue publicada originalmente en Espinof por Kiko Vega .
Javier Fernandez
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