Netflix apostó primero por las series de televisión y se convirtió en uno de los principales referentes para los amantes de la ficción televisiva. Luego fue el turno del cine y ya está haciéndose un hueco en el corazón de los cinéfilos en lugar de ser el hogar de los títulos que no quieren los grandes estudios de Hollywood. 2020 parece el año en el que quiere convertirse en el hogar de los adictos a los realities.
En los primeros meses de este año ya había lanzado títulos como ‘The Circle’ o ‘Love is Blind’ con una buena acogida por parte del público y hace apenas unos días fue el turno de ‘Jugando con fuego’. En él se vuelve a recurrir a poner a prueba la abstinencia de sus concursantes, pero en esta ocasión se trata de solteros específicamente elegidos por su reducida capacidad para reprimir sus instintos más primarios. El resultado ha sido un programa adictivo en su estupidez.
Poniendo a prueba la vergüenza ajena
Los concursantes elegidos por la organización de ‘Jugando con fuego’ responden tan bien a una serie de arquetipos que puede llegar a costar creerse que sean realmente así. No me cabe duda de que los responsables del programa habrán llevado todo en la dirección que más les interesaba para mantener el asombro del espectador, pero lo primero que hay que hacer es aplaudir a los encargados del casting por haber bordado la selección inicial de concursantes.
Y es que todos ellos tardan bien poco en dejar claro que su personalidad encaja de maravilla con lo que nos presenta cada uno de los ocho episodios. La superficialidad de la que hacen gala es tal que incluso a uno se le olvida la duda más obvia -¿en qué clase de programa se creían que iban a participar si no sabían de entrada que era uno en el que se iba a limitar al extremo el contacto físico con los otros concursantes?- al acabar hipnotizado por lo que sucede ante sus ojos.
Por resumirlo rápidamente, en ‘Jugando con fuego’ hay diez concursantes -cinco mujeres y cinco hombres-, reunidos en un resort con la idea de unas vacaciones de lujo repletas de sexo que al de unas horas son informadas por Lana, un robot inteligente random, de que hay un premio de 100.000 dólares y por cada vez que incumplan las normas irán perdiendo dinero -un beso cuesta ya 3.000 dólares, y cuidado, que la masturbación también está prohibida por si quieren “aliviarse” así-, pero claro, no son personas “programadas”
Sus dos grandes bazas
Lo que también tengo claro es que hay dos factores que impiden que el tipo de diversión que ofrece ‘Jugando con fuego’ se acabe y nada tiene que ver con el hecho de que se vayan inventando las reglas sobre la marcha introduciendo nuevos concursantes cada vez que ven que la cosa se ha estancado y se necesita un poco de chispa. Esto es algo que se hace en un par de ocasiones y más allá del impacto inicial, la importancia de casi todos los nuevos acaba diluyéndose rápidamente.
Las dos claves para mantener el interés son que está planteada como una serie de televisión -y una corta, que con más de ocho episodios seguramente se hubiese agotado-, lo cual incluye también esos cliffhangers al final de cada entrega que te hagan pensar que tienes que ver el siguiente episodio lo antes posible y, sobre todo, la utilización de una voz en off que cumple al mismo tiempo la función de narradora y comentadora de lo que sucede en ese retiro que penaliza hasta los besos.
Por definirlo de una forma más concreta, es como si una adolescente con mala baba criticase pequeños detalles pero sin limitarse a ello. También se dedica a disfrutar del “panorama” en determinadas situaciones o de hacer comentarios jocosos -algunas de sus perlas son frases como ‘En menos de 8 horas un ambientador te va a fastidiar el polvo” o “Esto se va a poner duro, pero no de la forma que les gustaría- incluso sobre el propio programa como que a los productores se les han acabado las ideas en cierto momentos y han echado mano de algún recurso tópico de ese tipo de realities.
Apuntes negativos
También conviene destacar que conceptualmente parece un programa propio de otra época, con las relaciones heterosexuales como único punto de atención -y tampoco esperéis que sean muy generosos en cuestión de desnudos, algún cuelo suelto y gracias-. Se agradecen salidas de tono como los extravagantes talleres por los que hacen pasar a sus participante, pero al final acaban siendo una excusa para forzar un poco ese crecimiento interior que tiene el programa como excusa a modo de moraleja.
Ahí es cierto que los concursantes han exhibido tal personalidad que seguramente era imprescindible echar mano de recursos un tanto básicos para que la mayoría de ellos vean la necesidad de dar un cambio en su vida. Que eso vaya a ir más allá de estos ocho episodios y realmente lo apliquen en su vida real ya es algo que mejor no plantearse.
En resumidas cuentas
‘Jugando con fuego’ no es ninguna revolución dentro del mundo de los realities, pero sí está enfocado de tal forma que es muy fácil dejarse llevar y disfrutar con esa exhibición de estupidez, instintos primarios y desfachatez. Quien busque en este programa de Netflix algo más que un adictivo pasatiempo de bajo nivel será mejor que ni se acerque.
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La noticia 'Jugando con fuego': el último bombazo de Netflix es un reality tan absurdo como adictivo fue publicada originalmente en Espinof por Mikel Zorrilla .
Javier Fernandez
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