Este domingo, o más bien madrugada del lunes para los que vivimos en España, se estrenará el tercer episodio de la octava temporada de 'Juego de Tronos'. Un episodio que, sin duda, está marcado a fuego en nuestros calendarios por ser "EL DE LA BATALLA", así en mayúsculas.
Un episodio que puede que tenga un nivel de hype más o menos a la altura de 'Vengadores: Endgame' y cuya espera se ha hecho bastante larga. Cuestión debida en buena medida a que los dos episodios precedentes han sido de preparación, de tensión y ¿de relleno? Ni el fandom ni entre Espinof nos ponemos de acuerdo respecto a esto último.
Uno de los debates que han surgido alrededor de ‘Caballero de los Siete Reinos’, el segundo episodio de la temporada final de ‘Juego de Tronos’ (tranquilos, este texto no lleva spoilers) ha sido en torno al pausado ritmo en un momento en que una parte del fandom pide “quemar más trama” y, por supuesto, que haya batallas, muerte y destrucción por doquier.
Una petición curiosa, más que nada porque precisamente ‘Juego de Tronos’ nunca se ha caracterizado por ser una serie quematramas. Al contrario, siempre ha preferido explorar las cosas y darse mucho tiempo para que profundicemos en los mecanismos que mueven a actuar así a cada personaje y cada acontecimiento.
Esto, por otro lado, no está reñido con los golpes de efecto y con los girazos inesperados con los que la serie (al igual que los libros en su época) nos han bombardeado con la precisión suficiente para avisarnos de que cualquier cosa puede pasar.
Un problema de marketing
El marketing de la última temporada, y las informaciones previas, se han centrado casi exclusivamente en la llamada Batalla de Invernalia, el que sería (ya veremos este domingo qué pasa) el definitivo y prodigioso duelo entre la muerte y la vida. Claro, cuando apoyas tu temporada en el final de la guerra, es normal que la gente pueda sentirse decepcionada ante la cadencia de estos episodios.
Una apuesta por la espectacularidad de las batallas que, con los años, han embaucado a parte del fandom prometiendo cada año el “más difícil todavía” más propio de un shônen aleatorio (Dragon Ball, por ejemplo) o de la franquicia de superhéroes de moda (ejem, Vengadores) que de la adaptación de las novelas de George R.R. Martin, donde quien muriese o combatiese en tal o cual guerra es lo de menos.
Unas novelas, por cierto, que nunca fueron prolijas en descripción de batallas. La prosa de Canción de Hielo y Fuego lograba ser épica sin lo que normalmente relacionamos a la épica. Demostraba que sin grandes acciones se podía sentir que estábamos presenciando un acontecimiento más grande que la vida.
De hecho, la primera “gran” batalla de ‘Juego de Tronos’ fue la (paralela) del Bosque Susurrante/Tridente. Al igual que en el libro, lo único que sabemos de dicha lid es que Tyrion se despierta conmocionado y que Jaime ha sido capturado donde nadie se esperaba. No vemos ni una sola escaramuza. Y no importa porque lo que realmente importan son los que realmente están arriba, los que manejan realmente el poder. Y esos ni han olido el campo.
El que durante las primeras temporadas David Benioff y D.B. Weiss estuvieran bastante pegados al material original logró crear esa sensación. Una cosa son los protagonistas y otra bien distintas los jugadores del gran juego. Los que protagonizan mueren, los que juegan sobreviven porque han planificado hasta el último milímetro cómo les afectarán los acontecimientos que vienen.
De ahí la gran importancia de los episodios anteriores a los grandes eventos. Y aunque estoy hablando de batallas, puedo hablar perfectamente de los magnicidios: las semillas de la boda roja se plantan con veinte episodios de antelación; las de la púrpura se vienen fraguando prácticamente desde que se prometieron los cónyuges. Y así con muchos de los grandes acontecimientos de la serie.
¿Calma o relleno antes de la tormenta?
El primer gran “episodio batalla” de ‘Juego de Tronos’ es ‘Aguasnegras’, en la segunda temporada. Una batalla que hemos visto planificándose durante al menos siete episodios y que, en el capítulo pertinente, era precedido por largas secuencias ya no de preparación del asedio de Desembarco del Rey, sino de largas conversaciones en los refugios de la corte.
Luego, eso sí, la batalla fue espectacular. Aún así hay una mirada desde lejos y Tyrion baja al campo porque no hay más remedio que hacerlo. A lo largo de las temporadas, la guerra ha ido evolucionando y hay motivos para ir al barro. Lo que se jugó en la batalla de los bastardos y sus implicaciones no es nada comparado con lo que se juega en Invernalia.
Que la serie se apoye en la exquisitez de las escenas aparentemente tranquilas y la dinámica de sus personajes más que en las batallas y la muertes no quiere decir que siempre acierte. Aquí, hay una cosa que no creo que pase nada por admitir: ‘Caballero de los Siete Reinos’ es relleno.
Pero relleno del bueno, del que se le mete a la carne y se guisa durante horas hasta que quede jugoso. Y no pasa nada, muchos episodios notables (este no lo es tanto) lo son: 'Guardajuramentos' (4x04), 'Matad al chico' (5x05) o 'Mujer roja' (6x01), por poner algún ejemplo.
El problema, para mi gusto y por seguir el símil culinario, es que hay demasiadas pasas para tan poca carne y da la sensación de que eso no basta ni alimenta. Es un episodio que tiene todo el sentido del mundo (o por lo menos algunas de sus escenas lo tienen, otras no tanto) y que recuerda qué es realmente la esencia de 'Juego de Tronos'... pero que no termina de funcionar.
Incluso así, cuando algo nos acostumbra a la excelencia, la mediocridad en 'Juego de Tronos' en cualquier otra serie sería un notable. Estamos a las vísperas de la muerte y los personajes han convivido y estado con nosotros toda la década. Es la amarga despedida y la hora de decir "hasta siempre" a algunos de ellos.
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La noticia Las batallas de 'Juego de Tronos' son lo de menos: la esencia de la serie son los personajes y sus diálogos, no ver quién muere fue publicada originalmente en Espinof por Albertini .
Javier Fernandez
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