Hay dos momentos en 'Black Panther' y 'Roma' que hermanan ambas películas en una misma emoción. En 'Roma' sucede al poco de empezar, sobre el terrado de la vivienda, con Cleo y Pepe compartiendo un momento de paz bajo la luz, los ojos cerrados, disfrutando de hacerse los muertos. En 'Black Panther' deviene casi al final, con héroe y villano enfrentados a un bellísimo crepúsculo que al fin los hermana.
La luz del sol como manto que purifica y serena, como catalizador de los sentimientos más nobles y pacíficos.
Pero no hay que llamarse a engaño. Cuando en la madrugada del lunes se cante el Oscar a la Mejor Película en el Dolby Theatre de Los Ángeles, el Sol no templará las emociones. Habrá un vencedor y habrá un vencido. O Disney o Netflix. 'Los cañones de Navarone'; "Mamá, mamáaaaa" con las tripas de fuera en el día D; solo puede quedar uno. Guerra, en fin, total. A muerte.
Dos formas de buscar el oro
Los Oscars de este año, ceremonia número 91, son noticia; lo llevan siendo un tiempo ya y por motivos que no hacen precisamente feliz a la Academia y a Hollywood en general. El desastre de las cuatro nominaciones (que si saco el sable, que si lo envaino) ha sido la guinda a un tumefacto pastel que nadie quiere comerse: cómo reflotar esto. Cómo reflotar al Calvo de Oro y hacerlo relevante otra vez en un mundo en el que la otra gran industria del audiovisual, los videojuegos, crece y crece.
Pero toda esta discusión sobre la ceremonia en sí, sobre las audiencias en caída kamikaze y las torpezas organizativas para reflotar la nave, alejan la que me parece la cuestión central de estos Oscars. Esto es: ¿gana Netflix o gana Disney? Y, más importante aún, ¿qué significa, para el cine, la victoria de uno y de otro? ¿Con qué cartas y ases en la manga se presentan ambas? ¿Con qué miedos y ansiedades? ¿Y son las únicas que realmente se están jugando el futuro del séptimo arte?
'Black Panther' y 'Roma' ejemplifican la lucha apasionante y marrullera entre la major más poderosa de Hollywood y el nuevo vecino de Silicon Valley que viene con hambre infinita. Representan dos maneras de entender el futuro del cine. Y, un poco como los Nadal-Federer, anticipan futuros combates para los años venideros. Pero, como advertiremos en el desenlace de este artículo, cuidado conque no se cuele un Djokovic inesperado de por medio...
Lo que sigue es un análisis con pretensiones de hondura de Netflix y Disney; de sus escaramuzas presentes y futuras; del tipo de imagen que buscan presentar a espectadores y crítica; de su salud financiera y hasta de su marketing. En este último punto me apoyaré en dos visitas a sus respectivas sedes centrales que realicé el pasado año y que me sumieron en largas y (espero) fructíferas reflexiones sobre estos dos titanes.
El que cante el alirón del Oscar a la Mejor Película se habrá anotado un Grand Slam. Pero hay muchos torneos por delante.
Pijamas (ocultos) contra suscriptores (visibles)
Dos cifras, para empezar: 139 millones y 57.000 millones de dólares. La primera es la actual cifra cacareada por Netflix de suscriptores a su plataforma. La segunda es la burrada de dinero que se saca Disney en licensing; es decir, en todos los productos derivados de sus marcas. Nos vamos a parar un poquito en ambas cifras porque las dos son críticas para entender a Netflix y Disney, y su guerra particular.
Empezamos por la segunda: 57.000 millones de dólares. Es una cifra de 2016, porque es dificilísimo actualizar cuánto se está llevando Disney; hoy, probablemente, y atendiendo al crecimiento de años pasados, dicha cifra sea mucho mayor. Pero es que hay que contextualizar esa cifra para entender: las películas de Disney, en su año récord (2018), conquistaron 7.600 millones de dólares.
Una rápida división nos confirma una verdad que Disney jamás publicita: por cada dólar que Disney gana en la taquilla, se lleva ocho y pico (probablemente ya nueve y pico) en sandwicheras, toallas, pijamas y muñequitos. Allá por 2011 (¡2011!) Lasseter contaba que 'Cars' había pasado de los 10.000 millones de dólares en merchandising. Es una cosa tan brutal, tan de elefante en la habitación, que no deja de fascinarme.
Disney (y hay una amplia investigación académica desde hace más de una década que respalda este argumento) no gana dinero con el cine. El negocio está en todo lo demás. Hasta el punto de que hay investigadores, como Jason Bainbridge, que se atreven a decir lo siguiente:
"Los juguetes en sí mismos se están convirtiendo en proveedores de contenidos para nuevas franquicias cinematográficas. Por tanto, argumento que las cualidades juguetiles [toyetic properties en el original] son importantes precursores en la convergencia mediática y que lo que estamos viendo ahora se entiende mejor como juguétesis [toyesis, en el original], donde el origen textual es borrado".
A cualquier cinéfilo que se precie, le deberían dar escalofríos; los mismos que me dan a mí cuando me veo algo tan inane y desvergonzadamente publicitario como 'La Lego Película 2'. Si uno no tiene cualidades juguetiles, se queda fuera del pitch para una superproducción. La extraordinaria 'Alita, ángel de combate' de Robert Rodríguez y James Cameron, es extraordinaria en más de un sentido. Explicar la existencia de una película solo como película es más y más difícil.
Vamos a hacer otro repaso a cifras interesante, esta vez, con una perspectiva más histórica. Hablando de distribución cinematográfica, Walt Disney Pictures se transforma en Buena Vista International. Si nos repasamos los anuarios de la taquilla de Boxofficemojo vemos un fenómeno escandaloso, que apenas sí ha tenido titulares. El brutal dominio de Disney en Hollywood —26% de la facturación; a unos siderales diez puntos de la segunda, Warner Bros— coincide en el tiempo con el despegue definitivo del Universo Marvel y la suma de Star Wars.
2016, 2017 y 2018 son años de un dominio de hierro de Buena Vista. Pero es alucinante ver la escalada porque en 2015 solo tenían el 19,8% del mercado. En 2016 pasan al 26%.
Pero si nos vamos un poco más para atrás, a 2008, por ejemplo, año del primer lanzamiento de Marvel Studios, 'Iron Man', vemos que eran la sexta potencia y que el pastel estaba mucho más repartido: la líder, Warner Bros, no llegaba ni al 20% (18,6%) y había otras cuatro majors (en orden descendente: Sony, Universal, Fox y Buena Vista) que se movían en la horquilla del 13-10%.
Equidad, competencia; mercado, en fin, saludable. En 2018, Paramount, que tenía más de un 16% del mercado una década antes, está en el 6,4%. La suma de Star Wars+Pixar+Marvel+Disney ha desestabilizado todo el panorama del cine.
Ha obligado al resto de estudios a copiar estrategias de multifranquicias; ha reducido drásticamente el número de películas producidas al año (Disney, la líder, produce hoy menos que nunca, la mitad de lo que hacía en los 90); y ha desterrado a los cineastas con pretensiones de autoría a las plataformas de streaming.
Y todo viene de esas propiedades juguetiles. De que el cine se rentabiliza (y de qué manera) a posteriori. Hay otra cara de esa moneda, evidentemente; y es que Disney cuida el producto. No se puede ser tan injusto como para decir que se limita a vender los muñecos dándole completamente igual lo que lanza a las marquesinas.
Pero sí es cierto que cuida el producto que puede tener esa vida juguetil a posterior. Y que lo cuida, además —y salvo casos extrañísimos como 'Star Wars: Los últimos jedi'— pasando muy mucho de la filosofía de autores. Los directores del Universo Marvel, incluso cuando son tan buenos como Ryan Coogler, tienen muy poco margen de maniobra.
Vayamos ahora a la otra cifra, a la de Netflix, que despacharemos más rápidamente. 139 millones de suscriptores. Si nos imagináramos (que es falso, porque la discriminación de precios según la región está al orden del día) que cada uno pagaran la tarifa mínima, 8 euros, estaríamos hablando de unos 13.344 millones de euros al año. Netflix se está gastando en contenido una cifra bastante similar a ese cálculo grosso modo de sus ingresos.
Es decir, está quemando dinero. ¿Es sostenible? Es la gran pregunta que pende sobre Netflix. En el fondo, su forma de operar recuerda a la mayoría de países del globo y cómo inflan desorbitadamente su deuda exterior.
España, por ejemplo, si tuviera que enfrentarse a todo lo que debe a los acreedores internacionales, tendría que paralizar el país durante un año y medio para entregar íntegramente su PIB anual. En el caso de Francia, serían dos años. Luego dicho número se matiza dependiendo de otros muchos factores financieros que determinan si un país es deudor o prestamista. Aquí puedes consultar la lista de países según este parámetro, la Posición de Inversión Internacional Neta (NIIP). España está muy, muy a la cola de los deudores.
Netflix se comporta como un país deudor. Va acumulando deuda en negativo. Por cuatrimestre, casi 900 millones de dólares. De 2017 a 2018, Netflix dobló su deuda de los 4.890 a los 8.340 millones de euros. Y anunció que planteaba añadir otros 2.000 milloncitos más a ese gigantesco agujero financiero. La deuda, como sucede con grandes países como Estados Unidos, solo va a crecer y crecer en los próximos años porque Netflix, según consultoras como Moodys, no será rentable hasta dentro de cinco años.
Y ojo, ser rentable solo significa dejar de perder dinero, no ganar el suficiente como para pagar tu monstruosa deuda. ¿Cómo es esto sostenible? Porque vivimos en el mercado de la apariencia. Mientras Neflix crezca, y siga batiendo con espectacularidad sus expectativas, la bolsa seguirá creyendo que su valor de mercado supera con mucho su deuda.
Es decir, que Netflix se permite empeñarse exageradamente con los bancos apostando en su actualmente enorme prestigio bursátil. Es, como dice la canción infantil, un elefante que se balanceaba sobre la tela de una araña. El caso es que de momento el elefante resiste, grácilmente, la brutal caída. ¿Puede encontrar Netflix otras vías de financiarse? Sí; y las está buscando.
Allá por verano de 2018, TechRaptor, con bastante amarillismo, anunció que Netflix se metía en los videojuegos; es algo que muchos damos por supuesto, especialmente los que tenemos, como es mi caso, conexiones en la industria del videojuego y sabemos cuánto merodea Netflix por esos caladeros. La noticia en cuestión exageraba porque lo único que ha hecho Netflix es integrar contenidos interactivos suaves como el 'Minecraft: Modo historia' o 'El gato con botas'.
Pero TechRaptor mencionaba un dato mucho más interesante. Netflix buscaba, en su lista de oferta de empleo, un perfil imponente relacionado con videojuegos. El jefe de licencias interactivas que buscaba Netflix debería "usar los juegos como una táctica de marketing para capturar la demanda y deleitar a nuestra comunidad de usuarios". Como requisitos, se exigía haber trabajado en la industria del videojuego a los más altos niveles y tener todos los contactos posibles.
Cuando entrevisté a Reed Hastings, CEO de Netflix, me juró y me perjuró que no se meterían en videojuegos; cosa que nunca he acabado de creerme, porque fuentes muy relevantes me dicen lo contrario. Pero Hastings sí me reconoció que estaban muy interesados en el lincensing; es decir, en esa parte del pastel en la que Disney se saca más pasta que toda la industria de cine junta.
En el informe anual de la LIMA, la asociación internacional de lincensing, se destacaba que las ventas de merchandising* de 2018 para el anime habían crecido exponencialmente. ¿Razones? Netflix y solo Netflix. Y en el horizonte asoma también que el gigante del streaming se está pensando en crear su propia cadena de cines. Otro motivo más para cargarnos más pasta mes a mes.
Vamos, que aunque es cierto que Netflix vive, por el momento, en la cuerda floja financiera, su modelo de negocio podría expandir sus tentáculos más allá de la mera suscripción o encontrar maneras para justificar subirnos espectacularmente la tarifa mensual.
En cualquier caso, este primer mini capítulo de nuestra análisis nos desvela una cosa. Por motivos diferentes, y con riesgos diferentes, Netflix y Disney pueden gastar a lo bestia. Y lo están haciendo.
El orinar de Pluto y el bar de los Warner
Tres depresiones sobre el asfalto. Tres, no cuatro, porque la otra patita (del perro) estaba en el aire. La vía en cuestión debía de estar fresca, porque las huellas de esa meada de Pluto llevan allí décadas. Es una de las curiosas explicaciones que da la guía de Disney cuando dirige al rebaño de periodistas por la sede central del gigante.
Antes, con una desfachatez que solo da el saberse deseada por todo quisqui, nos planteó como primer punto de la visita a su sede central la tienda oficial. Se nos dijo: "Aquí podéis comprar cosas que no se pueden comprar en ninguna otra tienda del mundo. Es una oportunidad única". Por supuesto, casi todos los periodistas pasamos por caja, porque casi todos tenemos un hijo o un sobrino al que obsequiar; y Disney lo sabe. Vaya si lo sabe.
¿Qué hizo Netflix en ese primer impacto? Justo lo contrario, evidentemente. Al entrar en su sede principal de Hollywood nos recibieron dos enormes vitrinas repletas de dorado: allí estaban los Emmys y los Oscars ganados por la compañía.
Disney no necesita vender quién es; es más, lo primero que hace, incluso en una visita de prensa, es ir desvergonzadamente a nuestros bolsillos, porque sabe el atractivo que tienen sus cachivaches y personajes. Netflix se esfuerza muchísimo en presentarse a sí misma como una productora de entretenimiento. Mis dos paseos por las dos sedes conectan totalmente con esta guerra que ambos libran.
El de Disney tenía un matiz agridulce. Sí, impresiona ver ese gran edificio central con los siete enanitos como cariátides en su fachada; sí, uno siente un cosquilleo en su alma infantil ante el bronce de Disney y Mickey Mouse. Pero a la vez, como comenté con el compañero de Vandal Jorge Cano, uno se siente un poco en un mausoleo. Andando entre las carcasas de lo que la compañía fue, como dirían en 'Star Wars', hace mucho, mucho tiempo...
Todos los edificios donde trabajaban los dibujantes de Disney —edificios bajos, orientados para aprovechar con inteligencia la luz solar— estaban abandonados. Ya no hay dibujantes en la compañía que nació de los lápices y pinceles. Son reliquias del pasado, que solo encuentran sentido para entidades como los periodistas y que, tras nuestra breve visita, vuelven a desaparecer en el olvido.
Algo así sentí también al ver ondear la bandera de Disney, con la silueta de Mickey inscrita en el paño. El personaje más icónico de la compañía que lleva décadas abandonado por ella, sin películas que lo aprovechen. De hecho, ha sido la japonesa Square Enix con su saga 'Kigdom Hearts' quien ha prestado una mayor pleitesía al personaje. Habrá que ver si con el nuevo servicio de streaming de Disney la cosa cambia.
Netflix, bien al contrario, era un poco como ese Tarantino de 'Four Rooms', el que no puede parar de soltar anécdotas y chascarrillos sobre el Hollywood de sus amores. Para empezar, nos contaron que su estudio central no es otro que el de los Warner Brothers originales, un edificio absurdamente alargado porque el dúo se odiaba y tenían despachos en lugares opuestos separados por un gigantesco pasillo.
Lo curioso es que había también otro corredor subterráneo que conectaba el estudio con el bar favorito de los Warner para ese día en el que sentían que podían soportarse un poco juntos con un copazo de whisky en la mano. Ya dentro de las entrañas de Netflix, el recuerdo de cuánto aman el legado de Hollywood (y de que son su continuación) era constante.
Los nombres de las habitaciones podían ser estrellas de cine, clásicos como 'Taxi Driver', series míticas o sus propias creaciones, como la sala 'Black Mirror'. Había también un constante recordatorio de sus personajes más memorables; en la sede tecnológica, sita en Los Gatos, pudimos ver un gigantesco óleo que mezclaba todos los Originals en una composición a lo Miguel Ángel. Hasta en las puertas de los váteres lo recibía a uno una aguerrida Jessica Jones.
El reciente anuncio de que Netflix se unía al lobby más poderoso de Hollywood —el que conformaban las seis majors (Fox, Disney, Warner, Paramount, Sony y Universal) de la Motion Picture Association (MPAA)— no es más que la consagración de ese deseo que transmiten al visitante de sus dominios. Somos Hollywood. Somos Hollywood.
Disney, que ya sabe que lo sabes, prefiere que le compres un pijama.
Puñaladas con (y sin) sonrisa
Para quien esto escribe, no hay nada más divertido en el periodismo cultural contemporáneo que ver las puñaladas traperas que se meten Netflix y Disney. La última ha sido de órdago: un auténtico torpedo de Netflix a Disney con su elegante corte de mangas a las series Marvel con las que contaba la compañía de streaming.
Netflix, que cree a pies juntillas en aquello de "Al enemigo, ni agua". Ha desahuciado a Jessica Jones, Punisher, Daredevil y compañía porque es marketing gratis para su rival. Eso sí, sus palabras no podían ser más melifluas: "Estamos agradecidos a Marvel por cinco años de nuestra fructífera colaboración y damos las gracias a los apasionados fans que han seguido estas series desde el principio".
A lo que Jeph Loeb, uno de los guionistas más míticos de Marvel y ahora también vicepresidente de su división televisiva, contestó con mucha mala leche: "Nuestro socio puede haber decidido que no quiere seguir contando las historias de estos grandes personajes... pero ya conoces a Marvel. Como dijo una vez el padre de Matthew Murdock: Un hombre no se mide por el modo en que cae a la lona, sino por cómo se levanta".
Netflix y Disney necesitan pelearse. Tienen que enseñarse los dientes constantemente y marcar territorio. Disney adopta una actitud más prepotente, que se trasluce en detalles como en dejar a los periodistas en una tienda como primera impresión. Pero tiene todo el sentido esta actitud, porque representa casi un siglo de historia y porque tiene una de las marcas más reconocibles del planeta.
Neflix es el chico nuevo del barrio; intenta caer bien pero al mismo tiempo no duda en sacar el bote de spray para pintar alguna obscenidad que ponga nerviosa a su competidora. Si repasamos la cadena de mutuas putadillas que llevan haciéndose ambas compañías, nos podemos perder.
La última, la de las series de Marvel, no es más que la respuesta a aquel anuncio de Disney de retirada de sus películas de la plataforma Netflix. El fichaje de Chris Nee y Shonda Rimes por parte de Netflix, arrebatados a Disney-ABC, o el de Christie Fleischer, la antigua jefa de merchandising de Disney, son mordiscos a la yugular.
Disney se defiende de manera pasivo-agresiva. No roba gente a Netflix, como hace constantemente su rival, simplemente, presume de lo que ya tiene; y de lo que va a tener. Series sobre personajes del Universo Marvel. Series a lo grande de 'Star Wars'. Su inmenso catálogo de películas. Más adaptaciones de filmes de animación a imagen real, igual que hace en cine. Y un precio que se presume realmente competitivo.
Pero lo interesante lo veremos a partir del 2020. ¿Entrará Disney al trapo de las subastas por contenidos jugosos, como 'The Witcher' o 'El señor de los anillos'? ¿Se comprará Netflix alguna de las grandes firmas de la animación que compiten con Pixar —Universal ya se quedó DreamWorks— para arrancar público familiar a Disney+? Yo tengo las palomitas en mi regazo ya, porque el combate va a ser épico.
El tercer hombre: Tencent
Netflix y Disney, Disney y Netflix. Y Amazon también, para pelotazos tipo 'El Señor de los Anillos'. Y HBO, también, aunque cada vez menos. Pero la batalla está centrada, claramente, entre esos dos púgiles. Primero, porque su peso específico es claramente mayor que el de sus competidores: Netflix es el líder de las streaming y Disney lo propio con las majors. Segundo, porque mediáticamente dan mucho jugo. El enfoque desinhibido (¡Oh, Blanca Navidad!) y millenial de Netflix frente a la defensa de los valores tradicionales y la familia de Disney.
Pero, ¿acertamos poniendo la lupa en estos púgiles? ¿Se nos está escapando alguien fuera de plano? Yo creo que sí, creo que hay tercer hombre. Y no solo lo creo yo; Variety lo cree también. Y The Guardian. Y más gente que se lo huele, dentro y fuera de la industria. El tercer hombre tiene toda la pinta de ser Tencent, el gigantesco gigante chino de Internet. Y la mayor fuerza del entretenimiento de dicha nación.
El aficionado del cine con algo de memoria, probablemente, pueda enarcar una ceja y esbozar una sonrisa irónica. Ya sabemos lo bien (mal) que salió el intento de 'La gran muralla' de Zhang Yimou. Ya sabemos cómo se frustraron los planes de adaptar 'Viaje al Oeste', el texto mitológico más importante de China y la inspiración de 'Dragon Ball', por Spielberg y el citado Yimou. Hemos visto como los injertos de personajes chinos en blockbusters de Hollywood ('Pacific Rim: Insurrección', 'Megalodón') son más pegotes que otra cosa.
PERO. Pero el mayor mercado de cine en taquilla ya es cine. Pero la película más taquillera de lo que llevamos de 2019, 'The Wandering Earth', es china (y la acaba de comprar Netflix). Pero 'Megalodón' ('The Meg') por ridícula que sea, lo petó. Y 'Crazy Rich Asians'.
Cuidado. Cuidado. Tencent es como juntar a Marvel (cómic), Netflix, Random House, Sony (videojuegos) y Disney. Es un monstruo de mil cabezas que, entre otras cosas, ocupa el puesto número 1 (y de muy largo) en la primera industria cultural en facturación del mundo: los videojuegos.
Tencent tiene de todo: plataforma online de libros y cómics (como Amazon Kindle), servicio de streaming de vídeo (como Netflix) y lo que más lo peta en videojuegos: 'Fortnite', 'PUBG' y 'LOL'. Además, es la portera de grandes estrenos de Hollywood al mercado chino, quedándose con un enorme bocado de las ganancias dentro de estas fronteras. A veces, como en el caso de 'Warcraft' o 'Ready Player One', el mercado chino multiplica por muchísimo a lo recaudado en cualquier otro territorio.
Tencent tiene una estrategia expansiva a largo plazo, de movimientos casi imperceptibles pero constantes. Y no tiene el problema de Netflix, los constantes (y crecientes) números rojos. Además, es una compañía tan gigantesca que, llegado el caso, se podría comer un monstruo como Netflix y adueñarse de él. Lo dicho, cuidado.
Claro, también hay dificultades. La mayor es la aceptación e identificación con héroes chinos. Para los villanos, nunca hay problema. Pero para que el público empatice con un héroe chino se dan dos dificultades severas: que China no es democracia y el racismo.
Lo segundo puede tener una solución, en vista del éxito en taquilla de 'Black Panther'; pero es cierto que a los asiáticos (incluso involuntariamente) aún se los amalgama como un todo que produce para bien exotismo y para mal extrañamiento. No es creíble, aún, un Tom Cruise chino.
Lo primero tiene un arreglo mucho más peliagudo. Occidente, que es hipócrita a mansalva, tiene al menos los valores de la democracia, por mermados y manipulables que sean, sólidamente asentados. El régimen autoritario, como todo padre sabe, no es sexy. Y sin ser sexy, es muy difícil generar personajes heroicos que puedan cargar un blockbuster sobre los hombros. Porque, en Occidente la libertad es sagrada.
Remato este apartado con una cita que me encanta de Mark Britt, CEO de iFlix, una plataforma de streaming para países en desarrollo: "Mi visión corporativa es que los servicios chinos acabarán dominando el paisaje global mediático". Yo no sé si lo dominarán, pero desde luego plantarán batalla. E igual lo hacen de repente, sin avisar.
And the Oscar goes to...
Cuando se cante el Oscar a la Mejor Película en el Dolby Theater este domingo, sabremos quién de estos dos contendientes, Netflix y Disney, se han llevado esta batalla. La guerra, por supuesto, es muy larga, pero esta tal vez sea la batalla más significativa hasta la fecha de las streaming wars. Un poco como el Día D en Omaha Beach. Un poco como el asalto rebelde de Yavin. Es una batalla, sí, pero no es una batalla más.
No lo es, sobre todo, porque sea como sea va a generar titulares. Si gana 'Black Panther', el titular más repetido será: "El cine superheroico consolida su reinado con su primer Oscar a la Mejor Película". Se hablará también de racismo y de diversidad, de que, a pesar de los #Comicsgate, #Gamersgate y cía, apostar por la diversidad es también apostar por ganar pasta.
Pero el titular, aún teniendo gancho, no será un terremoto. El orden seguirá siendo el establecido, el de siempre: uno va a la taquilla para ver la Mejor Película del año. Y ya. Esto, evidentemente, es lo que más conviene a Disney. Vayamos ahora a lo que más conviene a Netflix. Que es, según todas las quinielas, lo que va a pasar el domingo.
Cuarón sube a recoger el Oscar a la Mejor Película. Y es el noveno que se lleva. Nueve de nueve, como 'El paciente inglés'. Entonces sí hay terremoto. El titular más repetido será una variante de este: "Netflix arrasa en los Oscars y da un golpe de estado en Hollywood". Para ver la Mejor Película del año, salvo que uno tenga mucha suerte, no quedará otra que pagar la suscripción. Que, curiosamente, vale un poquito más que pagar un ticket de cine.
Alea jacta est.
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La noticia 'Black Panther' vs 'Roma': las streaming wars de Netflix y Disney eligen los Premios Óscar como campo de batalla fue publicada originalmente en Espinof por Ángel Luis Sucasas .
Javier Fernandez
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