La segunda temporada de 'The Handmaid's Tale' ya está aquí y, la verdad, no me puedo resistir a reivindicarla como lo más impresionante que podremos ver este años. Claro, ya la primera temporada de este relato ambientado en una distopía heteropatriarcal era brillante y estaba sólidamente construido, por lo que mucho se tenían que torcer las cosas para que los nuevos episodios no merecieran la pena.
Y el regreso de la adaptación de 'El cuento de la criada' ha estado a la altura de las expectativas con una historia impactante, un tratamiento desolador y un aspecto visual que potencia la fuerza del relato. Pero en este inicio de la temporada nos hemos encontrado con bastantes luces y algunas sombras.
Una temporada que expande el universo del libro
La primera temporada de 'The Handmaid's Tale' termina donde lo hace el libro. No hay más salvo un epílogo ambientado a finales del siglo XXII que intenta poner, no sin falta de escepticismo, en contexto histórico el documento sonoro conocido como 'El cuento de la criada' y el hecho de que se dejasen fuera la historia de la madre de June.
Esto hace que Bruce Miller, con la asesoría de Margaret Atwood, tenga ocasión no solo de contar lo que pasa a continuación en la historia de Defred sino de, además, pasar el foco a otros personajes como Deglen/Emily (Alexis Bledel) y, según parece, también Serena Joy (Yvonne Strahovsky).
Personalmente me parece todo un acierto esta expansión, así también podremos ver otras perspectivas del cuento, incluyendo "el otro lado" de la moneda. Que la serie estuviera atada al punto de vista de Defred hacía que solo viésemos una fracción de este universo y, si hacemos caso al epílogo del libro, podríamos encontrarnos ante una narradora no fiable.
El equilibrio entre presente y pasado
Al igual que en la temporada pasada, aquí Bruce Miller sigue haciendo un sabio uso de los flashbacks y de esta narración partida entre lo que fue y lo que es. Seguimos con una gran exploración entre los hechos y el momento en el que se empezaron a torcer las cosas, es decir, el origen primero de Gilead, y la distopía completada.
Lo que sí que tengo ciertas dudas es en el hecho de que el pasado sea más interesante que este futuro. Sobre todo cuando esta expansión de personajes ralentiza de algún modo el desarrollo de las tramas.
Enfrentando a los personajes a sus propios demonios
Me parece muy interesante el cómo Bruce Miller explora todo un mundo de contradicciones personales. Esas líneas que, se supone, las protagonistas no cruzarían porque son las víctimas, "las buenas" de la película. La conversación entre Tía Lydia (Ann Dowd) y Defred habla de eso: ¿se negó a lapidar a Dewarren por bondad o porque sabía que no la iban a castigar al estar embarazada?
Estos dos primeros episodios nos hacen cuestionar lo que creíamos saber de las protagonistas y cómo actuarían ante diferentes dilemas morales. Es más, nos hace implicarnos y juzgar sus decisiones. No nos deja indiferentes.
Sutileza que brilla por su ausencia
El que 'The Handmaid's Tale' haya regresado aún más oscura y aún más desoladora obedece en parte a algo que ya adolecía la primera temporada: la falta de sutileza. Hay unas especiales ganas de mostrar el sufrimiento y los devenires de los protagonistas y esto suprime las insinuaciones.
Esto se ve muy claramente en un par de flashbacks. Cuando June va al hospital a por su hija, es interrogada sobre cómo compagina criar a Hannah y trabajar. Una conversación que ya tiene ese toque de que está siendo juzgada por sus aptitudes como madre y no necesita esa confirmación verbal. Igual pasa cuando Emily descubre que su puesto de profesora peligra.
Lo peor es que sí que son sutiles cuando quieren. Vemos las instalaciones del Boston Globe abandonadas y hay una escena entre June y su marido en el que están hablando de coger cosas en la farmacia y se insinúa que ella quiere volver a ser madre. No lo dicen claramente, pero dejan al espectador unir los puntos.
Un romance que no termina de encajar
Una de las cosas que personalmente más detestaba de la temporada 1 de 'The Handmaid's Tale' era ese romance con Nick (Max Minghella), el chófer del comandante. Es una aventura que me sacaba mucho de lo que me estaban contando por un lado de Defred, como si no terminara de encajar con su personalidad.
En esta segunda temporada sigue siendo la parte más floja pero, me temo, la que mayor recorrido tendrá debido a esta fuga que emprenden. Quizá esto entra también dentro de esa contradicción de June: el querer reunirse con la familia amada pero tener un amante que le haga sentir querida y amada.
La extraña falta de racismo
Una de las cosas que más sorprende a la hora de analizar 'The Handmaid's Tale' es cómo parece una sociedad post-racial. Es cierto que la sociedad de Gilead es eminentemente blanca, pero si bien en el libro hay una especie de Apartheid, en la serie no parece haber intención de tocar el racismo en ninguna de sus vertientes.
Si el pasado de Gilead es estremecedoramente familiar a nuestro presente (homofobia, machismo/patriarcado, suspensión de derechos civiles a voluntad del gobernante de turno...), el que aparentemente no se vean muestras de racismo en la serie es bastante extraño.
Sobre todo porque 'The Handmaid's Tale' está muy vinculada con el momento sociopolítico en el que vivimos. De hecho la adaptación no podría llegar en mejor momento reflejando este pesimismo propio de la era Trump.
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La noticia 'The Handmaid's Tale': todo lo que funciona y lo que no en la temporada 2 fue publicada originalmente en Espinof por Albertini .
Javier Fernandez
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