Paul Thomas Anderson lleva ya más de 20 años siendo uno de los directores norteamericanos más interesantes. Debutó con la estimable ‘Sydney’ (‘Hard Eight’), pero fue un año después cuando asombró al mundo con la estupenda ‘Boogie Nights’, superándose después a sí mismo con la extraordinaria ‘Magnolia’. Desde la llegada del nuevo siglo apenas había estrenado cuatro largometrajes más, por lo que la llegada de cada uno de ellos es algo ansiado por muchos.
Por mi parte no quedé demasiado satisfecho con ‘Puro vicio’ (‘Inherent Vice’), la obra suya con la que menos había conectado, y esperaba que eso no volviera a pasar con ‘El hilo invisible’ (‘Phantom Thread’), cinta que dio la campanada durante las últimas nominaciones al Oscar al conseguir seis candidaturas. Todas ellas muy merecidas, ya que es una película elegante, fascinante y retorcida que te mantiene atrapado en todo momento con su singular romance.
El genio consentido y la camarera que no se va a dejar pisotear
Anderson plantea en ‘El hilo invisible’ un romance improbable entre un genio de la moda y una camarera. Sus caminos nunca tendrían que haberse cruzado -realmente es raro que él vaya a comer donde ella trabaja teniendo en cuenta lo meticuloso que es con sus rutinas- y solo un milagro podía hacer que conectasen más allá de la relación entre un trabajador y su cliente. Sin embargo, Anderson sabe muy bien de qué hilo tirar para que uno se crea que eso suceda.
Ya con anterioridad se nos había presentado al personaje interpretado por Daniel Day-Lewis de una forma impecable y sin incidir aún en esos detalles que irán mostrando después el lado más negativo de su genialidad. Además, una vez sus caminos se cruzan tarda bien poco en surgir una magia que en primera instancia podría parecer ligeramente forzada pero que alcanza su clímax mostrando un erotismo inesperado cuando él quiere vestirla.
A fin de cuentas, Alma -sorprendente Vicky Krieps, sobre todo a medida que va haciéndose con la situación e intenta revertir los roles establecidos- es su nueva musa y primero ha de transmitirnos lo que resulta fascinante de ella para Reynolds. Ya entonces surgen los primeros detalles que dejan claro que parece condenada a un papel sumiso y Anderson no tarda en deleitarse en ello, pero sin que en ningún momento resulte algo pesado.
Desde los desayunos hasta su peculiar forma de entender su trabajo, Reynolds es un egocéntrico que sabe lo bueno que es en su trabajo y no duda en aprovecharse de ello para hacer lo que quiere. Ese toque de niño mimado es algo que Day-Lewis sabe cómo matizar para que nunca nos resulte desagradable, sino que se convierte en un arma más para una interpretación muy alejada a lo que nos tiene acostumbrados las pocas veces que se pone delante de una cámara.
¿Una relación condenada a fracasar?
Entre medio de ambos hay muchas cosas, pero por encima de todas ellas sobre Cyril, la única constante en la vida de Reynolds, algo que seguramente venga repitiéndose desde que le ayudó a hacer su primer traje -no hace falta más que oír la historia que cuenta él para asumir que así es-. De hecho, la sincronía entre ambos es tal que ella acaba siendo como una extensión de él, sabiendo qué va a gustarle y qué no, todo reflejado con un dominio prodigioso de la calma expresiva por parte de Lesley Manville.
Al final todo parece condenado a lo que uno ya pensaba inicialmente: no pueden acabar juntos. Y es que la historia de amor que cuenta ‘El hilo invisible’ tiene mucho de relación tóxica, la cual no deja de ir a más hasta resultar venenosa para los dos implicados. Él pronto necesitará otra musa y ella se resiste a convertirse en otra más, ya siendo “despedida” o condenada a ser otra trabajadora más -me resulta deliciosa la posibilidad de que todas ellas fueran musas de Reynolds en un momento u otro-.
Hasta ahí todo seguía un cauce más o menos normal -entre medias hay algún episodio que sirve para reforzar tanto la caprichosa personalidad de Reynolds como la singular relación que hay entre él y Alma-, adornado por un trabajo impecable de puesta en escena de Anderson. Es cierto que alguno quizá eche en falta la fiereza de sus inicios, pero aquí logra imágenes de gran belleza, casando el uso de la fotografía en general y de los colores en particular con la actividad de su protagonista.
‘El hilo invisible’ nos trae de vuelta al mejor Paul Thomas Anderson
Dicho de forma clara, ‘El hilo invisible’ es una auténtica gozada visualmente, y lo es sin la necesidad de realizar planos imposible basados en el virtuosismo técnico. Aquí se busca que todo case de una forma sencilla pero sin por ello prestar una atención casi obsesiva al detalle. Ahí de nuevo vuelve a haber un claro paralelismo con los métodos de Reynolds, aunque curiosamente alcanzan su máxima expresión durante esos desayunos en los que en el fondo la gracia está en que no pase nada.
A partir de entonces llega un punto en el que ‘El hilo invisible’ lleva todo un paso más allá, cambiándola sin traicionar en ningún momento todo lo visto hasta entonces y elevando el componente de suspense. Juega de forma fascinante con la dinámica entre sus dos protagonistas y va permitiendo que ella encuentre su verdadero lugar. Aquí sería imperdonable entrar en detalles, pero merece la pena apuntar que lo que propone puede chocar de entrada e incluso costar asimilarlo, pero cuanto más pienso en ello mejor me funciona.
En definitiva, ‘El hilo invisible’ nos trae de vuelta al mejor Paul Thomas Anderson con una película que es prima lejana de ‘Rebeca’ en algunos aspectos pero que a la hora de la verdad tiene una conexión más espiritual que cualquier otra cosa con la cinta de Alfred Hitchcock. A su gran dirección y fantástico acabado técnico hay que sumar un trío protagonista que borda sus papeles y que hace que todos esos pequeños espacios que deja el guion se lleven de forma estupenda.
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La noticia 'El hilo invisible', una retorcida y elegante joya con memorables actuaciones fue publicada originalmente en Espinof por Mikel Zorrilla .
Javier Fernandez
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