La mirada occidental suele suponer, en muchos casos, un serio impedimento a la hora de la contemplación respecto a fenómenos culturales ajenos a la esfera europea y norteamericana.
Incluso en países especialmente occidentalizados y de particulares idiosincrasias que mezclan lo globalizante, lo kitsch y lo tradicional, el lastre de nuestra óptica reduccionista nos impide contemplar con la cercanía suficiente productos culturales que se nos escapan por exóticos o raros. Hablamos, por supuesto, de Japón, el paraíso de la calma budista y del metro tokiota de sardinas en lata: un ying-yang constante, un equilibrio de fuerzas opuestas.
En el audiovisual en particular, quizá el campo de influencia más extendido de la cultura japonesa en todo el mundo con permiso del videojuego, el país nipón lleva más de cuarenta años siendo uno de los constructores de imaginario fundamentales en la sociedad contemporánea. Lo fueron Mazinger Z, Dragon Ball, Pokemon, Digimon, Neon Genesis Evangelion, One Piece, Naruto, Death Note o la más reciente Ataque a los titanes.
Con el desembarco en tierra occidental de la industria del anime, muchos jóvenes empezaron a educarse para ver en televisión productos diferentes a los que consumían. Porque hay que educar la mirada ante los lenguajes artísticos que no comprendemos, y el lenguaje de la animación japonesa poco o nada tiene que ver con las narrativas y gramáticas del audiovisual occidental. Las diferencias son una constante, y quizá es el choque, el contraste, lo que hace tan llamativo al ojo occidental el anime como fenómeno cultural, tanto en la admiración como en la burla.
Este prefacio se hace necesario para hablar de anime en general, incluso los canonizados en el ámbito occidental, esos que la industria japonesa se empeña en adaptar sin entender que hay productos inadaptables porque dependen de su contexto. Porque el anime necesita de unos códigos que lo hacen completo como obra. Es por esto que hace falta todo un ejercicio de deconstrucción y aprendizaje para entender por qué hay que reivindicar Made in abyss como un gran anime, entendiendo su significación más allá de sus personajes y tramas.
Descubriendo el abismo
En un principio, viendo los diseños y los primeros capítulos, Made in abyss parece, más bien, una serie infantil sobre un grupo de niños en un orfanato que quieren vivir aventuras. Pero esa mirada, la que no va más allá de los inicios y la que sufre la "enfermedad del episodio piloto", es la que hay que evitar para ver y disfrutar Made in abyss. Porque, e incluso pecando de simplista, la serie se convierte en un recipiente que plantea algún que otro debate de interés.
Made in abyss nos cuenta la historia de Riko, una huérfana que vive junto a más niños en un orfanato de Orth, una ciudad que rodea a un gigantesco agujero que va directo a las profundidades de la tierra: el Abismo. Dentro, hay numerosas reliquias de una civilización desaparecida, lo que ha convertido al Abismo en objeto de fascinación de los ciudadanos de Orth.
En particular, el Abismo es objeto de deseo para los Cave Raiders, que se dedican, según su rango, a descender por el éste para recuperar todas las reliquias que les sea posible. En una de sus excavaciones, Riko se encontrará con un robot humanoide, Reg, con el que entablará una gran amistad y al que pedirá ayuda para cumplir su sueño: encontrar a su madre, una legendaria Cave Raider, en el fondo del Abismo.
Made in abyss tiene muchas deudas: de Verne y ‘Viaje al centro de la tierra’, de ‘Final Fantasy’ y el JRPG en su arte y diseños, de Hayao Miyazaki y todo su entorno colorista o un poco de 'Full metal alchemist' -siempre Brotherhood- o Puella Magi Madoka Magica. Pero no son sólo sus deudas, sino todo lo que compone Made in abyss lo que la convierte en una serie que merece ser seguida: su propuesta temática, su preciosista estilo visual, su entorno fantástico o su diseño de personajes.
'Made in Abyss': fantasía y belleza
En el apartado artístico no cabe duda de que el anime es una obra redonda. Sus personajes, aunque de apariencia infantil, están creados con gran mimo y esmero, así como las criaturas que aparecen en el abismo y que parecen sacadas directamente de Studio Ghibli. Quizá, como ya decíamos, la reminiscencia más evidente de Made in abyss es la del estudio más famoso de la animación tradicional pos-Disney.
Encontramos bastantes similitudes en los diseños de escenarios de Made in abyss con Naüsicaa del valle del viento, El castillo en el cielo, La princesa Mononoke o El castillo ambulante, todas obras de Miyazaki. También evidenciamos gran parecido en la banda sonora que compone para el anime Kevin Penkin con las obras de Joe Hisashi, eterno creador de la música de Ghibli.
Su tronco temático, para nada complejo y sin pretensiones de serlo, sostiene el Abismo como una suerte de símbolo de autodescubrimiento y de metáfora vital, tanto para Riko como para Reg. La primera, huérfana necesitada de figuras parentales, tiene como gran meta, precisamente, la recuperación de su madre ausente y a la que ha idealizado. De igual modo ocurre con Reg, que, en su constitución humana, no tiene claro lo que es. No recuerda su pasado y encuentra en el Abismo y los personajes que lo habitan pistas para recomponer el misterio de su existencia.
La problemática de la mirada occidental y la canonización de los gustos no debería impedirnos el deleite que producciones como Made in abyss nos pueden aportar. No hablamos de una obra trascendental, pero sí bella y sincera. Una historia que es humilde y consciente de lo que ofrece al público sin pompa ni barroquismos innecesarios es admirable incluso desde la óptica que defenestra la animación en general y el anime en particular.
A la espera de una posible y deseable segunda temporada, Made in abyss deja un gran sabor de boca y se convierte en uno de los animes más destacados de lo que llevamos de año.
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La noticia Por qué me cautiva 'Made in Abyss', uno de los mejores animes del año fue publicada originalmente en Espinof por Antonio R.Jiménez .
Javier Fernandez
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