En abril de 2012, la crítica de televisión de The New Yorker, Emily Nussbaum, publicaba un artículo titulado “Hate-watching ‘Smash’”, en el que explicaba todas las razones que habían convertido a la serie de NBC en un desastre, liquidando de un plumazo la promesa de algo interesante presentada en el piloto. Después de enumerar todo lo que estaba mal en ‘Smash’, desde el poco carisma del personaje de Karen Cartwright a los giros totalmente culebroneros de la trama, apuntaba algo interesante:
“Me doy cuenta de que mi vehemencia es ligeramente sospechosa. Quiero decir, ¿por qué me esfuerzo en ver una serie que me cabrea tanto? De algún modo, obviamente estoy difrutándola”.
Éste es el quid de la cuestión cuando se habla del hate-watching, un término que tiene una difícil traducción al castellano en una sola palabra, y que podría explicarse como “ver algo que odias para criticarlo”, o “verlo para odiarlo”. Hace algún tiempo ya hablábamos de este modo de enfrentarse a la televisión, más referido a los realities, pero hay un punto que se mantiene cuando trasladamos el fenómeno a las series; hay una intención negativa en el espectador, una predisposición a criticar todo lo que vea. Si esa intención no existe, ya no es hate-watching, sino un placer culpable.
El origen del término
No es fácil identificar el momento en el que hate-watching empezó a utilizarse como palabra que hace referencia a ese masoquismo de ver semanalmente una serie que odias. Los críticos estadounidenses sitúan el artículo de Nussbaum sobre ‘Smash’ como el momento en el que se popularizó definitivamente, pero otro artículo, esta vez en Slate, se iba un poco más atrás en el tiempo, a 2005 y los foros sobre ‘American Idol’ de la ya difunta Television Without Pity. Después, fue apareciendo esporádicamente en Internet referido a películas como ‘La cruda realidad’ o a ‘Sexo en Nueva York’, en su emisión sindicada, pero es verdad que su uso no se extendió como la pólvora hasta 2012.
Ese año se juntó la trinidad de ‘Smash’, ‘The Killing’ y ‘The Newsroom’ de series que críticos y público veían porque las odiaban, y sólo para quejarse y reírse, al mismo tiempo, de todo lo que estaba mal en ellas. El término se convirtió en todo un fenómeno en las redes sociales y, especialmente, en Twitter, cuya mayor popularidad en 2012 favoreció también que el hate-watching saltara al mainstream, como quien dice, que se convirtiera en algo conocido ya por el público general y no sólo para unos pocos participantes de un foro de un reality musical.
En qué consiste
Como ya hemos comentado antes, el hate-watching consiste en seguir un programa religiosamente a pesar de que lo odias, o justo porque lo odias. Suele darse también un segundo paso, que es comentar en Twitter cada episodio, recalcando todo lo que te resulta horrible. Es una práctica más habitual en series que tienen ciertas aspiraciones y que fracasan en su intento de cumplirlas, razón por la que, últimamente, las series de Aaron Sorkin son un objetivo de los hate-watchers estadounidenses, principalmente. También es habitual que se dé en títulos que empezaron siendo muy apreciados y que, con el paso de las temporadas, se considera que han caído en picado, tipo ‘Gossip Girl’, ‘Cómo conocía a vuestra madre’ o, más recientemente, ‘Homeland’.
En realidad, cualquier serie o programa es susceptible de ser objetivo de hate-watching, pues siempre habrá alguien que la odie y que, a pesar de ello, no pueda dejar de verla. El término ha saltado hasta a los libros (donde es habitual que se aplique el último fenómeno de ventas de dudosa calidad literaria) y al cine (no es raro que asome la cabeza en cuanto llegan los estrenos de las películas que aspiran a lograr Oscars), y ya parece estar plenamente asentado entre los espectadores. En 2012, fue incluido entre las “palabras del año” en Estados Unidos, una lista que recoge los términos más utilizados en los medios, y ya puede aplicarse a prácticamente cualquier cosa.
En ¡Vaya Tele! | Diccionario teléfilo
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La noticia Diccionario teléfilo: 'Hate-watching' fue publicada originalmente en Vayatele por Marina Such.
Javier Fernandez
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